Visita un campo de entrenamiento para las tropas de Ucrania. Muchos de sus militares creen que la formación y doctrina de la OTAN han quedado obsoletas
NotMid 30/09/2023
MUNDO
El rancho de hoy es un estofado de carne y patatas que se ofrece con dos rebanadas de pan y el clásico tocino que los ucranianos llaman salo. No son las 12 de la mañana pero decenas de soldados de la Brigada 28 ya hacen cola para comer mientras un cocinero llena con un cazo sus marmitas metálicas de la era soviética. Todos ellos llevan una cuchara colgada del chaleco antibalas que brilla más que la hoja afilada del cuchillo de combate. El aroma a comida se mezcla con el olor de la pólvora.
Tras una breve siesta en la sombra para protegerse del calor del Donbás, con el sonido de bombas, ametralladoras y antitanques de fondo como parte del entrenamiento de otros batallones, los instructores ucranianos reciben una breve formación teórica de dos voluntarios de las fuerzas especiales de EEUU traducidos por un intérprete local junto a una pizarra. La clase versa sobre una maniobra de flanqueo de una posición enemiga. “Mientras que avanzáis por ambos lados, debéis tener cuidado de que no os rodeen ellos a vosotros”, les cuenta Christian, un estadounidense de origen latino. Después, toman las armas, municionan cargadores y pasan de nuevo a la acción. Todos los ejercicios se hacen con fuego real.
Estamos en un campo de entrenamiento del ejército ucraniano en algún lugar de la región de Donetsk que no podemos revelar. Los soldados que tenemos alrededor no son novatos, sino que ya han entrado en combate. A diferencia de otras unidades compuestas en su mayoría por veinteañeros, en esta abundan los hombres de más de 40 e incluso alguno de 50, muchos de ellos con aspecto agropecuario, tipos duros de campo con manos de cáñamo, barba de lija, piel curtida por el sol y la mili hecha en la Unión Soviética. Mientras que sus compañeros combaten, las unidades en rotación vienen aquí a retener los movimientos básicos y mantenerse en forma.
Algunos de ellos han recibido entrenamiento en Alemania, Polonia o Reino Unido. Poco a poco las críticas a esa formación de dos a tres semanas y con criterio OTAN emergen entre los oficiales ucranianos. Hay algunos que creen que esta guerra ha cambiado tanto las cosas que los manuales han quedado obsoletos. ¿Es posible que estos soldados ucranianos reciban un entrenamiento para un tipo de guerra que ya no existe?
En un campo de tiro, un dron vuela a escasa altura sobre un grupo de soldados que dispara a una diana cuerpo a tierra, sobre una rodilla y de pie. El zumbido interrumpe el ejercicio y todos miran arriba alarmados. En el combate real, la presencia de uno de estos aparatos antecede a un ataque de artillería.
El uso de la tecnología de drones o antitanques ligeros no sólo pilló a Rusia con el pie cambiado durante los primeros meses de la invasión, sino que Estados Unidos, con su estrategia de armas combinadas (usada en Irak, por ejemplo), también ha sido superado y tendrá que revisar su doctrina a fondo. Hoy, un dron de 300 euros puede geolocalizar una columna de tanques a gran distancia y otros modelos de unos 500 euros pueden reventar blindados de millones de dólares lanzándolos contra las partes más vulnerables de los carros de combate.
Según algunos oficiales ucranianos, estas prácticas en el extranjero se centraron en reconocimiento, tácticas de infantería y orientación. El problema fue su empleo en una guerra real basada en la artillería y los drones. La Brigada 32, por ejemplo, tuvo un sangriento bautismo de combate nada más llegar de su formación en Alemania en el frente de Lugansk al enfrentarse a un ataque ruso. “Recibimos muchas lecciones de cómo hacer un asalto, pero ninguna de cómo debíamos defendernos”, contó entonces su comandante, apodado Néstor.
Uno de los instructores nos cuenta que lo más importante para él es que un soldado entienda el porqué hacer lo que él les enseña, y que no se limite a repetirlo sin más. “Hay militares que lo entienden mejor que otros y eso hace que sean mejores soldados, porque lo integran más rápido”, asegura. “Los viejos manuales ya no sirven para esta guerra. Yo los formo en topografía, disparo, comunicación y medicina de combate, así como unas nociones de ingeniería, que tiene que ver con la capacidad de preparar refugios”.
En otro de los puntos del campo de entrenamiento, un tipo enorme, del tamaño de un trol, se prepara para lanzar un antitanque RPG de origen soviético, pero capaz de reventar cualquier cosa a corta distancia. El sonido, como el golpe de una sartén en la cabeza, aturde a los soldados novatos, mientras que los veteranos ya están lo suficientemente sordos para no sentir el choque.
El que puede y tiene dinero para ello ha pagado por un casco con auriculares supresores de sonido. Las explosiones se escuchan, pero muy amortiguadas. En cambio, todos los sonidos de alrededor, como las pisadas, los cuchicheos o amartillar el arma se oyen amplificados. Pero la gran mayoría de los soldados no los tiene y cuando llevan un par de cargadores disparados los pitidos en los oídos les anuncian que van perdiendo audición. Andrii, un veterano que lleva 10 años en el ejército, un auténtico perro de la guerra, muestra cómo se dispara una ametralladora pesada que lanza balas del tamaño de una salchicha hacia una colina cercana. Cuando consume una caja entera, el arma humea.
A muchos militares de Ucrania recién llegados de su entrenamiento en Europa les ha extrañado su escasa o nula formación con drones, cuando en el mundo real, el campo de batalla contra el ejército ruso, el dron es un arma decisiva. “Nosotros preguntamos por drones porque nuestros compañeros en Ucrania nos habían dicho que era esencial, pero en Alemania nos dijeron que no tenían esos aparatos para este tipo de entrenamientos”, cuenta otro militar.
Sergii, uno de los instructores de este grupo de combatientes que tenemos delante, asegura que su formación debe ser continua, “porque los nuevos reclutas deben integrarse a los movimientos de los veteranos para formar un solo cuerpo”. En los alrededores vemos un ejercicio en el que un soldado más avanzado retrocede a una posición segura mientras que sus compañeros le cubren uno tras otro, como una cadena engrasada.
Esta misma semana, un artículo del diario galo Le Monde revelaba las quejas ucranianas por esas carencias en los entrenamientos. El título ya es revelador:”Les dije repetidamente que los manuales de la OTAN no se aplicaban”. Según esos mismos manuales, los asaltos se realizan valiéndose de blindados llenos de tropas que son desembarcadas en la zona de combate, apoyadas por carros y cubiertas por la aviación. En Ucrania la aviación no actúa de esa manera porque de hacerlo es derribada a los pocos minutos. Los vehículos blindados también se usan a cierta distancia porque los drones delatan rápidamente su posición y la artillería se ceba con ellos. Así las cosas, es la infantería, en pequeños grupos mucho menos localizables, la que avanza de arboleda en arboleda. Esta es la guerra que hoy se combate en Ucrania.
Abierto el debate, también hay otros militares que sí agradecen el entrenamiento en Occidente. Alona, una oficial de comunicaciones que se formó en España, explica desde las posiciones de la Brigada 107: “Quejarse es muy fácil, pero tampoco en Ucrania hay demasiados drones para entrenar, porque se usan en el frente. Ese tipo de formación específica sólo la recibes cuando el ejército sabe que vas a dedicarte a esa labor, nunca antes. A nosotros nos explicaron cosas, como el mejor modo de cavar trincheras, que aquí ha servido para salvar vidas”.
Para muchos, sobre todo veteranos, lo aprendido en Occidente fue poco menos que un shock, porque algunas teorías contradicen lo aprendido en un ejército con el alma soviética: “Por ejemplo, los criterios para estabilizar a un compañero herido son muy diferentes”, cuenta un militar que se formó en Polonia. “Tuve la sensación de que nos estaban enseñando ejercicios de tiempo de paz a soldados que tenemos que combatir en tiempo de guerra”.
En otro punto del campo de entrenamiento, que parece un arsenal, vemos cajas de madera abiertas de par en par en las que soldados ucranianos se hacen con largos peines de balas para las ametralladoras pesadas colgados del cuello como si llevaran collares de dientes de tiburón. Un instructor trae una caja algo más pequeña llena de granadas. En una parte está la bomba de mano y en otra, la parte de la anilla, que se enrosca a la primera y queda preparada para lanzarse. El ejercicio de lanzamiento de estos explosivos, como parte de un asalto a trincheras enemigas, se realiza a pocos metros de nuestra posición y ensordece a todos. Cualquier error de los militares en la práctica supondrá un buen puñado de heridos.
Otro instructor con barba de vikingo llamado Valery viene a nuestro encuentro. Era fabricante de colchones antes de la invasión rusa.
– Según tu experiencia, ¿dirías que los rusos están bien entrenados?
– Depende. Los soldados de infantería reclutados entre los civiles, no. Pero sí que tienen buena formación sus tanquistas, sus aviadores y sus ingenieros.
Un militar de Odesa se acerca a este reportero, curioso, para preguntar qué hacemos allí. Tiene heridas de combate en el cuello, en la pierna y en el torso: “Son trozos de metralla. Los grandes me los quitaron en el hospital pero algunos de los pequeños estarán toda la vida conmigo”.
Las tropas formadas en el extranjero combaten a los rusos desde hace semanas, pero parte del material bélico prometido por los aliados llega con cuentagotas. Varias brigadas en el frente esperan con los brazos abiertos decenas de carros de combate Leopard 1 de los años 70. “Son antiguos, pero no más que los que ya tenemos de origen soviético”, cuenta un oficial militar desde el frente de Donetsk. “Nosotros en nuestra unidad tenemos sólo dos carros de combate. Uno dispara pero no se mueve. Y el otro se mueve pero no dispara. Así que uno tiene que arrastrar al otro para que sirvan de algo”
Agencias