Los militantes no escuchan a Ayuso; en realidad les da igual lo que diga: se limitan a contemplarla y a aplaudirla como en un reflejo pavloviano
NotMid 21/07/2023
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Un clima insospechadamente benigno, casi gallego, se extendió ayer por la tarde a la orilla del Manzanares como si este fuera algo más que un arroyo con esperanza de río. Tenía sentido que el mitin central del PP se celebrase en Madrid, porque fueron las elecciones madrileñas de 2021 las que anunciaron el principio del fin del sanchismo, en aquel momento aún pandémico en que parecía que Sánchez iba a durar diez años. Lo que no tiene sentido es percibir la brisa fresca cuando el inclemente mes de julio toma la capital, y en eso guiño atmosférico quiso ver Feijóo una señal demoscópica.
Aunque ejerza de norteño, el candidato del PP tuvo ocasión de madrileñizarse durante las legislaturas de Aznar. Se le nota en que cuando quiere depone el papel de orensano y apela a las emociones urgentes y risueñas del pueblo de Madrid. Ahora aspira a ser vecino de la carretera de La Coruña, donde espera censarse pronto con permiso de Almeida. El alcalde flanqueó al líder del PP junto con Ayuso en un baño capitalino de masas desde el perfil más bonito de la ciudad, al decir de Trapiello: aquel donde arranca la Casa de Campo, donde Goya plantificaba el caballete para inmortalizar el alzado majestuoso del Palacio Real y San Francisco, con La Almudena -ejem- entre medias.
La retórica de Almeida, ese tableteo infalible de opositor sin remedio, caldeó el ambiente ya suficientemente caldeado «a 72 horas para derogar el sanchismo». Describió la peripecia de Feijóo al frente del partido como un jubileo difícil que desemboca en el obradoiro de La Moncloa. Los asistentes agitaban banderas de España y del PP, y cambiaban el abanico por el mini de cerveza al ritmo de The final countdown. Cuando Ayuso tomó la palabra sonó la ovación. Los militantes no escuchan a Ayuso; en realidad les da igual lo que diga: se limitan a contemplarla y a aplaudirla como en un reflejo pavloviano. Le lanzarían besos aunque elogiara a Sánchez, cosa que naturalmente no sucedió. «Ellos son el retroceso y nosotros la alegría. Sánchez es la antítesis de Madrid», sentenció, y llamó a reiniciar España desde la capital. «Estás más guapa que nunca y te queremos más que nunca», la piropeó Feijóo, atento al trance ingrato por el que recientemente hubo de pasar la presidenta madrileña.
No quedaba rastro de lumbalgia en el aspirante a la presidencia del Gobierno. Si lo había lo disimuló. A sus espaldas lleva 15 meses exigentes: recoger un PP destruido por una selecta camarilla de incompetentes, rehacerlo provincia a provincia, mudarse a Madrid con la familia, batirse en el Senado, ganar unas municipales, pactar con Vox (con lo que eso agota), gobernar para el 70% de los españoles por jurisdicción autonómica, imponerse a Sánchez en el cara a cara y proyectar los 89 escaños de hoy a una cota que supera los 150 según los últimos sondeos prohibidos. No parece que los ataques ad hominem nacidos de los últimos espasmos del sanchismo vayan a desestabilizarle ahora que acaricia la meta.
El cambio que propone Feijóo trasciende a la derecha madrileña. Incluso se propone como solución para el PSOE: «¡Nos deberán una si les libramos de Sánchez!». Su compromiso es elevado: volver a reunir a los españoles, devolverles las instituciones y recuperar el valor de la palabra dada. Que el suave murmullo del Manzanares, testigo de la Historia, se lo demande.