NotMid 04/11/2022

OPINIÓN

JORGE BUSTOS

Tengo nostalgia de los tiempos en que solo unos pocos teníamos nostalgia. Ahora todo el mundo la tiene: es el sentimiento mainstream. Nos atrapa en una comedia musical de Hombres G o en un gira truncada de Extremoduro, nos empuja a fotografiar la última cabina del pueblo y a recordar a la abuela que se nos murió con menos besos de los debidos. Nos persuade, torticeramente, de que hubo un tiempo en que al PP le interesaba la cultura y en que el PSOE era un partido de Estado. Vivimos un momento hegeliano de destrucción creativa, y es inevitable que en esos momentos la memoria se nos vaya antes al nombre que al adjetivo. La añoranza de un pasado mejor guio nuestros dedos primerizos en aquellas columnas ilegibles que escribimos hasta que nos dimos cuenta del error. Como ha escrito Raúl del Pozo -que me ha dejado al cargo de esta dacha un par de días-, la nostalgia es una trampa reaccionaria. Antes nos la tendía solo la derecha, pero ahora lo hace con mayor habilidad la izquierda.

Nunca existieron las familias normales. Nunca existieron los países unidos. Nunca existió la seguridad laboral. Nunca se ausentó el nacionalismo del discurso público ni se extinguió el tribalismo en el corazón occidental. Nunca existió ese hombre mitológico que se casaba con esa mujer mitológica, engendraba esos hijos mitológicamente educados en valores incorruptibles y se jubilaba en la misma empresa mitológica -en la que empezó de botones- con un reloj de oro bastante mitológico. Y no es verdad que como en casa no se coma en ningún sitio.

Ahora bien. Reconozco un único ámbito en el que no logro vencer la tentación de la nostalgia. Uno en el que el ayer siempre lleva la razón: el arte. Lo pensaba recorriendo las calles hechiceras de Brujas, detenidas hace seis siglos: a esa pertinaz parálisis debe hoy su pujanza turística. Fue la decadencia comercial de aquella Manhattan del siglo XV la que la mantuvo a salvo de la codiciosa piqueta, preservando su trazado de cuento triste. Las ciudades que han conocido fases sucesivas de destrucción creativa, que han sabido reinventarse y caminar al compás de la historia hasta colocarse en vanguardia no suelen ser bonitas. Brujas no es práctica, y por eso es tan hermosa. Madrid es su opuesto: no contrae deudas sentimentales con el pasado porque jamás deja de mirar al proyecto de mañana. Algunos no pueden seguir su ritmo y el rompeolas los termina derrotando. A mí me gusta salir a veces de mi ciudad para refugiarme en ayeres fastuosos como el de Brujas, en su dulce belleza encapsulada, aunque solo sea para volver rejuvenecido al pálpito furioso de Madrid.

Compartir en Redes Sociales.
Deja un comentario Cancel Reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Exit mobile version