Ahora volvemos a no estar solos en la cama
NotMid 09/03/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Corre por ahí un vídeo espeluznante de la ministra del Gobierno de España Irene Montero en el que reivindica el placer sexual de las mujeres de 60, 70 y 80 años, discurre sobre las prácticas vaginales que realmente dan placer a las mujeres y plantea, con un punto de exigencia algo cómica, la necesidad de hablar del sexo en los días de la regla. Su carácter espeluznante no es el de los asuntos en sí, que llevan discutiéndose sin mayor problema desde hace siglos, sino que una ministra los incluya en su agenda política. Y que semejante discurso en su boca ya no cause más reacción que la indiferencia generalizada o, como máximo, alguna especulación sobre las consecuencias que el achicharrante foco mediático haya podido tener sobre la salud mental de la ministra.
Hay algo obsceno en el político que de pronto abandona la jurisdicción pública y se mete en la alcoba. La obscenidad proviene, obviamente, de su capacidad para legislar, que es al mismo tiempo la limitación clave de su actividad: todo lo que no es materia legislable, como el sexo menstruo o los procedimientos para alcanzar el orgasmo, debe quedar fuera de su discurso. Esta es una de las bases de la política democrática y de la misma condición de ciudadano. Contra ella alzó la izquierda y el feminismo, en los años 60, la consigna terminante de que lo privado es política. Y a esa consigna se ciñe medio siglo después la ministra Montero para justificar la extensión de las guerras culturales al ámbito íntimo, allí donde ya no está en juego otro derecho que el de la intimidad.
Lo que la izquierda no previó en su conocida arrogancia es que la consigna operaba legítimamente a ambos lados de la raya. Si lo privado es política, lo es para la izquierda y lo es para la derecha. Y este último lado involucra especialmente a la religión, el tradicional poder intimidatorio de la derecha. Durante siglos todas las religiones del Libro consideraron que la mujer era impura en el menstruo y, en consecuencia, no se podían mantener relaciones sexuales con ella. Ahora la ministra de Igualdad exige que se hable de ello; una forma eufemística de exigir que se tengan. La civilidad democrática había conseguido algo realmente decisivo, importantísimo, respecto del sexo menstrual y todas las metáforas asociadas: el silencio público. Y que las decisiones quedaran en manos de los amantes y sus refinamientos. Ahora volvemos a no estar solos en la cama. Y otra vez flotando el mismo aliento acre de los visitantes y sus flujos retenidos.