Acompañamos en su camino a primera línea a los soldados de asalto que liberan Bajmut de las tropas de la Z
NotMid 04/07/2023
MUNDO
El interior del blindado, un enorme vehículo llamado Kosak (Cosaco) se ilumina de verde como si fuera la cabina de una nave espacial. Dentro viajan ocho militares con nosotros, o sea, seis soldados con rifles automáticos, un ametrallador y un francotirador llamado Dmitro. Proceden de varios puntos de Ucrania, tienen edades que van de los 24 a los 48 y dependen los unos de los otros para mantenerse vivos.
Ellos, soldados de asalto de la Brigada 80, combaten en un sector del frente que cambia casi cada día y, en este caso, a mejor. En el flanco sur de Bajmut es raro el día que no avanzan para tratar de cerrar las mandíbulas sobre la ciudad que los rusos conquistaron en ocho meses. A pesar del agotamiento general tras 16 meses de guerra sangrienta, la moral ucraniana permanece alta.
El alba azul eléctrico se cuela por la escotilla del artillero que viaja en el exterior del Cosaco. Son las 4:15 de la mañana, hace frío en el verano ucraniano y hemos llegado a nuestro destino: una rotonda anodina rodeada de edificios destruidos y quemados donde el estruendo de la artillería nos advierte de que la primera línea está cerca. Este viaje, en cambio, comenzó tres horas antes.
Los soldados a los que acompañamos son voluntarios, y la mayoría de ellos se presentó en las oficinas de reclutamiento pocas horas después de que Vladimir Putin iniciara la invasión a gran escala. Algunos de ellos se conocen desde ese día.
Para hacernos una idea de su compromiso, uno cuenta cómo se hicieron amigos: “Somos cosacos. Para entrar en esta brigada de asalto no vale cualquiera. Las pruebas son durísimas. En el campo de entrenamiento había una campana. Al final de cada día, el que no aguantara el esfuerzo físico y mental podía tocar la campana y eso significaba que lo dejaba por imposible. No había vergüenza en hacerlo, porque esto no es para todo el mundo. De nuestro grupo, sólo dos tocaron la campana en algún momento de la instrucción, pero eran tan útiles y tan buenos compañeros que se les permitió seguir en la unidad. Hoy uno de ellos es nuestro cocinero y el otro se dedica al papeleo”, dice un antiguo albañil, hoy ametrallador con dos cintas de balas sobre sus hombros de ese pelotón de soldados de asalto.
DESPERTAR
A la 1:30 de la mañana. Entramos en la casa de Mikola cuando no lleva ni tres horas durmiendo. En su caso, la campana del despertador le saca del sueño demasiado pronto. Él nos acaba de abrir la puerta pero nos pide guardar silencio, porque al igual que él sale de misión, otros acaban de llegar y tratan de descansar después de 48 horas de trinchera. Desnudo y medio dormido, se pone sus pantalones militares y una camiseta, se hace un café soluble y sale al exterior de la casa a fumar. “Es lo que hago cada día que salgo al frente, mi momento conmigo mismo, mi cigarrillo y mi café. Una vez que me meta en el blindado ya todo será estrés durante dos días enteros”, dice.
Tiene un gato pequeño que duerme con él. Se coloca el chaleco antibalas y el casco y toma una de las dos armas que dejó al lado de su cama. Municiona los cargadores y se abrocha las botas. En marcha.
Nos movemos por una ciudad con las farolas apagadas y con los faros cubiertos por una película verde que permiten ver a unos metros tan sólo para no chocar con algo. La contaminación lumínica es casi nula, lo que permite contemplar el firmamento desde la escotilla del tirador, abierta a esta hora de la noche, lo que hace que el fresco entre en el interior y no haga calor pese a que los militares que viajan dentro llevan dos capas de ropa más el chaleco.
El conductor, un ucraniano pequeño y compacto como un peso ligero de boxeo, va parando en las casas que sirven a la unidad para descansar. ·Nunca dormimos todos en la misma casa, sino que nos repartimos. Así, si nos ataca un misil o un dron, no nos pillará a todos. Siempre intentamos ponérselo un poco más difícil al enemigo”, comenta Nikola iluminado por la pantalla de su móvil. Desde aquí se envían los últimos mensajes a la familia. Después, en primera línea, la comunicación personal se vuelve un lujo que no se pueden permitir.
Después de conducir unos minutos, el siguiente en entrar en el vehículo es Dmitro, un antiguo mecánico de Dnipro. Llama la atención porque carga un rifle de francotirador que casi no entra por la puerta del blindado. Aunque se muestra amable, no sonreirá en todo el trayecto. Cuando ve la cámara de fotos, tapa su rostro frío, pálido y anguloso con un pasamontañas, para posar de forma anónima. “No quiero que me identifiquen los rusos y sé que lo intentarán. Los francotiradores somos piezas muy preciadas”, dice. Un compañero nos cuenta que lo llaman “El cazador de orcos”, que es la manera despectiva en la que siempre se refieren a los militares rusos.
– ¿A qué distancia puedes abatir al enemigo con este rifle?
– 800 metros es lo normal, pero he llegado a acertar a 1.200 metros.
– ¿Llegas a ver a los rusos con claridad antes de disparar?
– Les veo con mucha nitidez. A veces distingo hasta sus caras.
El último en subir es un militar delgado y bajito, con barba de tres días, fibrado, ojos negros, nariz aguileña y tez oscura. Su rostro recuerda a los soldados de nuestra Guerra Civil y la única diferencia es que este no viste camisa ni alpargatas sino botas tácticas y uniforme pixelado. Es un minero de la región del Donbás que habla ruso y de cuya fiereza en combate nadie discute. “Es un tipo insoportable fuera de la trinchera, pero tu mejor amigo dentro de ella”, dice el albañil.
Poco a poco, desde las pequeñas escotillas que permiten ver lo que pasa en el exterior vamos viendo otros vehículos similares que nos siguen, todos ellos transportes blindados de militares para llevar a sus compañeros lo más cerca posible de la primera línea de combate. El paisaje cambia desde Konstantinivka, a unos 20 kilómetros del frente, a Chasiv Yar, la población que se encuentra frente a Bajmut. Allí, muchas casas bajas y edificios ya han sido destruidos, igual que los puentes. La calzada presenta agujeros de artillería y embudos de mortero, pero el Cosaco sortea obstáculos y nos deja en algún punto del trayecto hacia las líneas de combate al sur de Bajmut. Los militares seguirán, por tanto, el resto de su camino ya sin nosotros.
Varios vehículos se dirigen a un lugar indefinido en el que truena la artillería. Con las primeras luces del día emergen los contornos de una gasolinera destruida y de varios edificios quemados. Nos despedimos de nuestros anfitriones y damos la vuelta.
Atrás quedaron los días más oscuros para Ucrania en este frente, cuando los mercenarios de Wagner capturaron los flancos de la ciudad y luego avanzaron bloque a bloque sobre ella demoliendo y machacando los barrios controlados por Kiev con aviación y artillería. Esos momentos, quizá los más duros de la guerra, igualaron la proporción de bajas de uno a uno y llenaron los hospitales y los cementerios de ambos bandos.
Pero tras esa conquista de ocho meses, Bajmut puede cambiar de manos. De hecho, lo hace cada día. Ucrania ya ha vuelto a combatir en lo que queda de sus calles más al norte. “La salida de Wagner ha supuesto que otros reclutas con mucha menos experiencia y peor equipados hayan tomado sus posiciones, lo que nos facilita las cosas. Cada día avanzamos trinchera a trinchera, a veces más y a veces menos, pero no hemos vuelto a retroceder ni lo haremos”, comenta el comandante de la unidad, Volodimir, en el punto de llegada. En un café de Konstantinivka vemos a los que acaban de volver del infierno de las trincheras. Fuman un cigarrillo tras otro y hacen bromas sobre la supervivencia. Un día más con vida.
Agencias