La unidad Séneca, integrada en gran parte por chavales autodidactas que pelean con drones, intenta cubrir el repliegue progresivo de las tropas de Kiev
NotMid 08/03/2023
MUNDO
Son las 7 de la mañana y el vehículo de Vadym Adamov enfila la carretera hacia los suburbios de Chasiv Yar bajo los acordes de una singular “banda sonora”. “¡Da gracias a Dios y pasa la munición!”, braman los altavoces del todo terreno recuperando aquella melodía patriótica que se popularizó en EEUU después del ataque de Pearl Harbor. Antes había elegido otra canción no menos explícita del grupo ucraniano “Zwyntar” (Cementerio). “La música dice que hay que beber y bailar esta noche porque mañana estaremos muertos”, afirma el joven.
La comitiva acelera la marcha mientras tres misiles antiaéreos surcan el cielo en busca de algún objetivo ruso. La batalla de Bajmut continúa en pleno apogeo.
“Señores pasajeros estamos a punto de despegar. Por favor, abróchense los cinturones, apaguen los teléfonos y pónganse el chaleco antibalas y el casco”. El uniformado se dirige a sus acompañantes al enfilar la ruta principal que une las ciudades de Konstantinovka y Bajmut, que sólo abandonan cuando las columnas de humo que surgen de esta última se vislumbran en el horizonte. La carretera está cortada. Uno de los puentes fue destruido hace pocas jornadas.
Ahora hay que adentrarse por caminos embarrados, por los que circulan toda una cohorte de tanques y vehículos blindados. El duelo de artillería es incesante.
El humor negro de Vadym es una característica que comparten muchos de sus compañeros de unidad. Oleksy apunta sin inmutarse que su “carrera militar” comenzó hace cuatro años, cuando tenía 15. “Mi primera batalla fue dirigiendo a 100 personas que luchaban contra otras 100”, recuerda en la vivienda que ocupa, no lejos de Kramatorsk. La pugna formaba parte del videojuego Arma 3. “Aquí todos somos autodidactas. Aprendimos leyendo y con videojuegos. No tenemos edad ni para haber terminado la universidad. Somos el ejército de los niños“, agrega el muchacho.
La misión que tiene que acometer Vadym durante esta jornada no es producto de ningún programa informático. Los silbidos de los obuses que estallan en las proximidades no son virtuales. Son tan reales como devastadores. Lo mismo que el fuego que consume una de las residencias alcanzada por los proyectiles. La comitiva, que camina a pie entre las casas derruidas, se agacha cada vez que escucha el estremecedor zumbido.
El convoy se ha detenido en una aldea casi desierta a pocos kilómetros de las líneas rusas. Tres tanques ucranianos se guarecen en una arboleda cercana. Desde allí disparan contra las posiciones rusas.
“Tenemos que encontrar una vivienda que nos sirva de posición. La idea es que tenga visibilidad y un sótano para escondernos si arrecian los bombardeos“, precisa el militar. “¡Guardad la distancia!”, añade el uniformado a la hilera de personas que le sigue. El único ruido que se escucha al transitar por el poblado es el ladrido de los perros abandonados y las consabidas explosiones. Alguien dejó aparcado un Lada, cuyo chasis ha sido cribado por las esquirlas. De repente aparece una vecina que se niega a que los militares usen la residencia de su madre. “Si les dejamos estar en esta casa, mañana no habrá casa”, argumenta.
LANZANDO DRONES EN HABITACIONES REPLETAS DE BASURA
Al cabo de media hora los integrantes de “Séneca” -así se denomina la agrupación en la que sirve Vadym- consiguen identificar un emplazamiento apropiado. Una morada de dos plantas con un ventanal que les servirá de punto de control. “Ya” -aquí la mayoría sólo se identifica por sus apodos militares- coloca rápidamente la antena del satélite Starlink y en pocos minutos Vadym está lanzando el dron de reconocimiento.
Este es un pequeño aparato Mavic 3 de vigilancia, pero la agrupación también dispone de artilugios con visión nocturna, algunos “kamikaze” cargados de explosivos y otros dedicados a lanzar bombas diseñadas por ellos mismos.
La visión que ofrece el dron permite hacerse una idea de la complicada situación que enfrentan las tropas ucranianas en Bajmut. Los soldados de Kiev todavía controlan el centro de la villa, de donde surge una enorme humareda. La cámara se aproxima a las ruinas del puente que une la carretera de Konstantinovka con Bajmut. Los terrenos agrícolas de ambos lados de la carretera presentan un aspecto desolador. Repletos de agujeros horadados por los impactos.
A pocos kilómetros se aprecia el villorrio de Ivanivske. Algunos coches militares siguen pasando por los trochas repletas de fango que permiten sortear la ausencia de viaducto pero en la imagen se divisan hasta una decena de jeeps y otros todo terreno atrapados en el lodo. Algunos parecen haber sido destruidos por la acción de los cañones rusos.
La escena dista mucho de la aureola de la que se rodean los filmes bélicos. Vadym están apoyado en el suelo, junto a la ventana, pilotando el aparato en una habitación repleta de cajas de cartón abandonadas, basura y dos viejos sillones que usa a veces para descansar. Es el mismo aspecto de todo el habitáculo, regado de restos de alimentos casi podridos.
“Tenemos qué vigilar que vehículos pasan por la zona del puente”, refiere el chaval, que utiliza un Ipad equipado con sistemas de medición de altura y otros programas informáticos incomprensibles para el visitante.
Integrada en una de las formaciones más significadas del ejército ucraniano -la Brigada Mecanizada 93-, Séneca es el producto de un personaje no menos singular que sus subordinados. Poeta y activista político, Vladyslav Sord -alias “Serpiente”- se educó a si mismo, al igual que sus compañeros de filas. Con trece años cargaba sacos de carbón en una estación de tren y destinaba parte del dinero a comprar libros.
Bajo su liderazgo se han agrupado decenas de jóvenes cargados de aretes enganchados a la nariz, coletas y pelo largo como Ya, Oleksy, Mark, Ivan o el propio Vadym, que entremeclan citas sacadas de Pulp Fiction con recuerdos de los días en los que este último fue cineasta o tocaba el piano. Una extraña amalgama de expertos en últimas tecnologías y veteranos del inicio de la guerra como el mismo Sord, que se alistó en las fuerzas armadas en 2014, cuando empezó la revuelta en Donbás apadrinada por Moscú.
“LOS DÍAS NORMALES DISPARÁBAMOS 100 OBUSES”
“Nuestra gran ventaja es que al ser jóvenes somos muy irresponsables y podemos hacer cosas que otros se piensan dos veces”, admite Vadym, que ha adornado su uniforme con una “kufiya” (pañuelo) palestino.
La formación participó en la ofensiva de Jarkiv, la liberación de Izyum y permanece desplegada en Bajmut desde principios de enero.
“Al principio de la invasión estuve 6 meses en una unidad de morteros. Allí era fácil. Todo se medía en números. Los días normales disparábamos 100 obuses. Durante las ofensivas eran 300. Aquí, sin embargo, ves mucha mierda. Puedes ver desde el dron cómo mueren tus camaradas y escuchar sus gritos por la radio”, agrega.
La residencia se estremece ante la proximidad de las detonaciones. “Esos han caído a 300 metros”, indica el militar. La orden es esconderse en el refugio cuando caigan a 100. Algo que ocurrirá poco después. A varios kilómetros de distancia, el drone muestra la fumarada que genera uno de los proyectiles rusos que acaba de explotar cerca de Ivanivske.
Con el paso de las horas, los presentes comienzan a diferenciar el tipo de munición que se está usando en la refriega. El golpeteo continuo durante varios segundos -como si se tratara de alguien aporreando la batería de un grupo de rock- es la marca que dejan los cohetes Grad. Las detonaciones más brutales son de los cañones de largo alcance.
La acción de Séneca forma parte de la estrategia general del ejército ucraniano en Bajmut, que ha decidido convertir esa pequeña localidad en la que antaño residían 70.000 personas -hoy son sólo unos pocos de miles- en todo un símbolo de la guerra contra Rusia.
Kiev ha intentado asociar la resistencia que mantiene desde agosto en este enclave al emblemático recuerdo que genera la epopeya de Stalingrado. La importancia de la localidad rusa -que antes del inicio de la batalla tenía cientos de miles de habitantes- y el número de tropas que emplearon ambas fuerzas pone en cuestión la pertinencia de este paralelismo, pero si es cierto que Stalingrado tampoco era en un principio el objetivo estratégico en el que se convirtió con el paso de los meses hasta erigirse en una pugna decisiva basada exclusivamente en el empeño por desangrar a las fuerzas del enemigo.
LA FORTALEZA BAJMUT
Para engordar este imaginario, las autoridades ucranianas han recuperado la historia de Bajmut, que durante el siglo XIX fue el principal centro de extracción de sal del imperio ruso. La mina “Pedro el Grande” -llamada así en honor de aquel zar- y las otras muchas que se excavaron en su entorno llegaron a generar cerca del 45 por ciento de la producción de esa sustancia que registraba la extinta Unión Soviética. La crónica popular del país no ha olvidado que en el siglo XVIII, fue el origen de la aclamada rebelión contra el Imperio Ruso del líder cosaco Kondraty Bulavin.
La suerte de Bajmut parecía zanjada hace algunos días, cuando las dos principales carreteras de acceso a la ciudad -la que pasa por Ivanivske y la que discurre por la aldea de Khromove- quedaron parcialmente inutilizadas por la destrucción de sendos puentes. Las fuerzas rusas, lideradas por los paramilitares de Wagner, afirmaban que ya controlan un 40 por ciento del núcleo urbano y que la captura de Bajmut parecía ser cuestión de horas. Vadym fue uno de los soldados que se vio atrapado en Bajmut el 3 de marzo cuando una explosión derribó la plataforma de Khromove. “Se nos había estropeado el coche, así que además tuvimos que estar caminando durante un rato y buscar la ayuda de otra unidad”, recuerda.
Sin embargo, Kiev ha decidido aferrarse al eslógan “Bajmut resiste” y el presidente Volodimir Zelenski lleva días repitiendo que hay que defender a toda costa lo que ha llamado “fortaleza Bajmut”. Se trata de seguir la misma lógica que se aplicó durante el verano de 2022 en Severodonetsk y Lysychansk, dos urbes de la que sólo se retiraron cuando habían causado ya un significativo número de bajas a los rusos, lo que después permitió al ejército ucraniano contraatacar de forma fulminante en Jarkiv y Jerson.
“Es cierto que ahora es más difícil abastecer a nuestras tropas pero el sacrificio vale la pena”, opina por teléfono el general Viktor Nazarov, asesor del máximo jefe de las tropas ucranianas, Veleriy Zaluzhny.
El ministro de Defensa, Oleksiy Reznikov, defiende que los rusos están perdiendo una media de 500 uniformados muertos o heridos por jornada y el mismo responsable de este frente, el general Oleksandr Syrskyi -uno de los militares más carismáticos del país- ha acudido en 3 ocasiones al enclave en la última semana, en un claro signo de la importancia que se concede a la lucha que se desarrolla en Bajmut.
“ES COMO UN INFIERNO”
Con los puentes caídos, las salidas y entradas a Bajmut se han reducido al mínimo. Los contados militares y civiles que han podido escapar hablan de una situación extremadamente difícil. Hay vídeos en los que se ve a uniformados ucranianos heridos siendo evacuados en carretillas de obras. “Es como un infierno”, en palabras de Volodymyr Nazarenko, uno de los jefes del Batallon Svoboda. “No hay retirada. Al contrario, estamos recibiendo refuerzos para mantener la defensa”, añadió.
Por las callejuelas de Chasiv Yar -la localidad más cercana a Bajmut- se pueden ver a los recién llegados que vienen acompañados de la última parafernalia bélica que ha recibido Ucrania de los países aliados. El tercero que se esconde debajo de unos árboles para evitar a los drones rusos dice que acaba de llegar desde la frontera de Bielorrusia.
El vice alcalde de Bajmut, Oleksandr Marchenko, declaró hace días a la CNN que la evacuación de civiles es ahora una rareza. Se ha pasado de 600 personas por jornada a una decena, apuntó. La municipalidad estimó el 28 de febrero que los combates han arrasado más de 4.000 edificios residenciales y que sólo durante ese mes habían muerto casi una treintena de civiles.
A Chasiv Yar están llegando civiles que se han visto obligados a recorrer a pie la quincena de kilómetros que las separan. “Aquí se presentó hace dos semanas un señor que venía cojeando. Un avión había bombardeado su casa. Su esposa murió y el terminó con metralla en el brazo. Cuando le capturaron los rusos iba acompañado de su perro. Intentaron pegarle un tiro y les dijo que mejor le mataban a él. Al final le sacaron la esquirla y le dejaron en libertad”, refiere Oleg, uno de los responsables del centro de asistencia instalado en Chasiv Yar.
Según su narración, el herido y su mascota llegaron andando hasta esta población portando una bandera blanca “para evitar que alguien les pegara un tiro”.
Para Kiev, Bajmut es un nuevo Stalingrado pero algunos expertos y medios de la prensa local comienzan a cuestionar esta fijación, que -recuerdan- puede hacer que la metrópoli, lejos de emular los resultados estratégicos que generó Stalingrado se convierta en un nuevo Debaltseve. Aquella batalla se libró a principios de 2015 en las cercanías de Bajmut y al igual que ahora las fuerzas armadas ucranianas decidieron mantener la posición frente a un adversario que casi les duplicaba en número. Miles de soldados aguantaron de forma numantina durante semanas hasta quedar cercados. Esa conducta heróica no evitó una de las derrotas más significativas que sufrió su ejército. La retirada terminó en debacle.
Zelenski se ha apresurado a decir que no hay diferencias con el alto mando militar, después de que varios medios comenzaran a alertar sobre el coste que está teniendo esta batalla para un país cuyos recursos humanos son limitados frente a los que puede movilizar Rusia, cuya población es tres veces mayor que la ucraniana.
Esa es la opinión del ex teniente coronel británico Glen Grant, que fue asesor del ministerio de Defensa de Ucrania en 2014, al inicio de la guerra. “Parece que a Bajmut se le está dando una importancia política que no corresponde con su valor militar. Es un error. Cuando fijas la posición de tus tropas, eres tu el que tiene que reaccionar ante los ataques del enemigo, que tiene la iniciativa y puede elegir donde sorprenderte. A un ejército muy superior en número no se le vence matando a todos sus soldados. Eso es imposible. Se le gana doblegando su moral con victorias sorpresa”, indica en otra charla telefónica.
“VAMOS A PELEAR HASTA EL FINAL”
Para el experto con casi 4 décadas de experiencia militar es evidente que “hay muchos paralelismos entre Bajmut y Debaltseve. Espero que la retirada aquí no sea el caos que fue la de Debaltseve. Un repliegue bajo el fuego de la artillería es una operación muy compleja”.
El fantasma de Debaltseve sigue rondando por la cabeza de Sergey Kapla, de 60 años. El anestesiólogo ejerce ahora como uno de los responsables del hospital de campaña instalado desde el 9 de febrero en las inmediaciones del frente de Bajmut.
Kapla, ese es un “apodo” militar, rememora a aquellos que combatieron en Debeltseve. “Cuando los veías salir, no tenían miedo en los ojos. Se retiraron porque ya no tenían como defenderse. Lo mismo pasa ahora. Vamos a pelear hasta el final”, comenta mientras espera otra remesa de heridos.
La unidad médica se desempeña en mitad de los bombardeos. Hace ya semanas que las cristaleras de las ventanas son un recuerdo. Los pedazos alfombran el suelo alrededor del habitáculo. Hace 10 días que uno de los integrantes del grupo murió cuando su ambulancia fue alcanzada por un proyectil.
Los doctores y el resto del equipo duermen en un refugio acondicionado en un sótano donde se apilan los catres. Alguien ha decorado el techo con una muñeca que aparenta ser una enfermera de grandes senos y labios prominentes, agarrada a una jeringuilla. Sobre la estufa hay una cuerda de la que cuelgan media docena de calcetines y camisetas. Es la colada de la jornada. Uno de los militares se ha dejado olvidadas dos granadas de mano dentro del saco de dormir, que se apresura a recoger.
Las habitaciones del recinto han elegido una escenografía más comedida: iconos de santos y fotos de militares ucranianos de época, desde los cosacos hasta los soldados actuales.
Son las 11 de la mañana y el centro ya ha recibido una quincena de heridos. La media diaria supera los 50. “En los últimos días hay muchos más heridos de bala“, dice Dmytro Urakov, otro de los médicos del lugar. Es una señal de que el enfrentamiento en Bajmut se libra ya calle por calle.
Los enfermeros intentando limpiar las manchas de sangre que se han incrustado en las camillas. Un esfuerzo baldío. Los lamparones del mismo color son una constante en todo el edificio.
La conversación con Dmytro queda interrumpida cuando comienza a sonar la radio: “Código 300”. Es el aviso de que llegan nuevos heridos. Podía ser peor. “Código 200” es cuando ya llegan muertos.
Los dos chavales con el rostro ennegrecido entran cojeando en hospital, abrazados por el hombro. Los dos han sido alcanzados por varias esquirlas. Uno de ellos semeja seguir bajo la conmoción. La explosión le dejó sin sentido durante 30 minutos. No para de repetir que “está bien”. “No se por qué estoy en el hospital”, menciona con la vista perdida. El tizne no es producto del suceso. Es camuflaje.
“Vamos a detener la hemorragia y lo llevamos a la otra sala”, ordena uno de los sanitarios.
Kapla estuvo 3 semanas en Debaltseve. Salió justo dos días antes de que se cerrara completamente el cerco. “Allí podíamos evacuar a la gente con helicópteros. Aquí no tenemos esa opción”. Eran otros tiempos. Los rusos nunca usaron la aviación, pero el ejército ucraniano estaba menos preparado. El doctor aclara que tuvo que participar en la amputación de los dedos de muchos soldados. “Ahora tenemos estas bolsas para calentar manos y pies que impiden la congelación”.
El militar no muestra ninguna duda sobre las decisiones del alto mando. “Nuestro ejército sabe defenderse en un cerco”, sentencia. Es la misma frase que repiten todos los uniformados consultados para este artículo. “El ejército de Ucrania de 2015 no es el de ahora. Estoy seguro de que los generales saben lo que hacen”, le secunda el coronel Sergiy, que también pelea desde los primeros días de la guerra. La orden es resistir y eso es lo que hacen. Fue a misma directiva que siguieron en 2015.
Agencias