Moscú pasa a la defensiva en Ucrania y crea una red de trincheras de 217 kilómetros
NotMid 25/10/2022
MUNDO
La invasión se ha dado la vuelta en ocho meses. Si el 24 de febrero era para Ucrania imposible defender su extensa frontera con Rusia, ahora es Rusia la que trata en vano de proteger los territorios ilegalmente anexionados de las pujantes contraofensivas de Kiev. De un 24% de territorio ucraniano que llegó a controlar Rusia el pasado mes de marzo, ahora está presente en un 15% y bajando. Para hacernos una idea de la dificultad de impermeabilizar una frontera así, pensemos que la distancia que hoy ocupa el frente equivale a la distancia entre Barcelona y Varsovia, o todo el borde fronterizo entre EEUU y México, o los kilómetros que distan desde el Kremlin a La Haya, sede de la Corte Penal Internacional.
El mejor ejemplo de ese cambio de roles de la ofensiva a la defensa es la llamada “línea Wagner”, una construcción que en la que ya trabaja la infame empresa de mercenarios asociada con el régimen de Vladimir Putin y que planea blindar hasta 217 kilómetros de la región de Donetsk para cortar los avances de Kiev.
La línea Wagner está compuesta, según las imágenes ofrecidas por los medios rusos, por dos grandes fosos y dos líneas de “dientes de dragón”, esos obstáculos con forma de pirámide antitanque de hormigón, además de minas por todos lados. La localización de este muro de defensa, más allá de Sverodonetsk o Bajmut, una ciudad por la que lleva meses peleando, sugiere que Moscú aún prevé que perderá más territorios en la región de Lugansk antes de que los ucranianos se topen con esa nueva frontera. Algunas fuentes aseguran que el grupo Wagner también está levantando defensas en la frontera entre Ucrania y la región rusa de Belgorod, algo que no se entiende, dado que Ucrania no tiene interés alguno por invadirla.
¿Por qué es Wagner la que se encarga de ella? Para responder a esa pregunta hay que hacer un viaje al pasado. Evgueny Prigozhin, un vendedor de perritos calientes de San Petersburgo durante los años de la caída de la URSS, vio la oportunidad de hacer dinero y montó un restaurante en la ciudad que acabaría visitando Vladimir Putin junto al presidente francés, Jacques Chirac. El mismo Prigozhin sirvió la mesa aquella noche. Fue el inicio de una hermosa amistad con el dictador ruso, que le concedió no sólo el cátering de todos los colegios de San Petesburgo, sino muchos años después la misión de darle de comer a todo el ejército ruso.
Fue en esos momentos, ya establecida esa relación, cuando creó, junto al coronel Dmitry Utkin, un admirador del nazismo, su ejército privado, Wagner Group, en honor al compositor favorito de Hitler. Ahora, esa misma milicia de mercenarios se ha convertido en el brazo ejecutor del Kremlin, su máximo beneficiario en contratas públicas y Prigozhin, en uno de los personajes más oscuros, más despiadados y más radicales de la élite moscovita.
De hecho, la línea Wagner recuerda, en su génesis y en su intención, a la línea Sigfrido, la frontera defensiva que se extendía en la frontera oeste del Tercer Reich y que fue superada por los aliados en otoño de 1944 para ingresar en el corazón de la Alemania nazi. Su destino fue el mismo que la línea Maginot francesa, que se creía inexpugnable antes de la Segunda Guerra Mundial.
Cristian Villanueva, director de la ‘Revista Ejércitos’, asegura que “este tipo de líneas defensivas fijas que estamos viendo en construcción tiene por finalidad dificultar y retrasar el avance ucraniano, no impedirlo completamente. Es decir, que buscan imponer un alto coste a la ofensiva”. Y explica sus limitaciones: “Por espectaculares que sean las imágenes, este tipo de defensas tienen una utilidad limitada si no se combinan con campos de minas, trincheras, infantería dotada con sistemas contracarro y lo más importante: apoyo aéreo y de artillería y una defensa móvil. Anclarse al terreno históricamente no ha sido la mejor solución para mantener un territorio. Rusia lo hace porque ni su artillería ni su fuerza aérea están operando al nivel esperado”, comenta.
El analista militar ucraniano Oleg Zhdanov, que fue ex coronel de artillería, comenta que “es la temporada de lluvias, y todas las trincheras y fosos antitanque que se hagan ahora se convertirán en un pantano. Sus bordes se derrumbarán, el agua se acumulará en estas trincheras”. Respecto a esos dientes de dragón que forman una barrera de hormigón contra los blindados, Zhdanov asegura que “para destruirlos o moverlos hay muchas formas, comenzando con la ayuda de la artillería y terminando con vehículos de ingenieros para obstáculos o redes de arrastre que se instalen en los tanques”.
En el frente de Jersón, aún no está claro si la intención de las tropas de la Z es retirarse a la orilla izquierda del río Dnipro o seguir luchando. De momento, parece un hecho que no quedan civiles en la ciudad, que se han llevado hasta las estatuas de los viejos héroes soviéticos y que han cortado los cables de todo el sistema de comunicaciones de la ciudad, lo que puede ser un signo de que se van de Jersón, como de exactamente lo contrario, que se trata de una maniobra de distracción y que venderán muy caras sus calles y sus casas.
Para Ucrania, la mayor línea defensiva estos días es su moral y su ánimo de resistir lo que venga, incluso esos bombardeos a infraestructuras civiles que pretenden dejar sin electricidad y agua a los ucranianos este invierno. Según la última encuesta de Survey, el 86% de los ucranianos desea seguir con la guerra hasta la victoria militar, mientras que sólo un 10% quiere sentarse ya en la mesa de negociaciones. La guerra de destrucción de Rusia, con pavorosos crímenes de guerra y amenazas con las siete plagas de Egipto incluidas, han acabado por empujar a los ucranianos hasta esta disyuntiva: vencer o desaparecer.
Una de esas amenazas es, de nuevo, el uso de armas nucleares, esta vez con una “bomba sucia”, un ingenio que no se ha usado nunca y que Ucrania no posee, para justificar el uso del que sí las tiene: Rusia. Shoigu, ministro de Defensa ruso, hizo el domingo una ronda de llamadas entre sus homólogos occidentales para advertirles de que Kiev estaba en la última fase de la fabricación de este terror tecnológico sin presentar, claro, ninguna prueba. Es lo mismo que Moscú ha hecho desde el principio de la guerra: echar la culpa a Ucrania de algo para justificar después su propia acción. La invasión misma sigue este esquema.
Agencias