Rusia y Ucrania abrazan la poco comprometedora propuesta de paz china
NotMid 27/02/2023
MUNDO
Esta semana, el periodista ucraniano Dmytro Komarov entrevistó a Volodimir Zelenski y consiguió lo que nadie ha conseguido: penetrar en el búnker donde el presidente ucraniano se protege, una habitación subterránea con un baño del tamaño de una estancia de hotel cualquiera. Lo más interesante está en el guardarropa. El líder ucraniano muestra en la percha toda su ropa táctica de color verde oliva que lleva usando desde el primer día de invasión, pero al final hay un traje de civil con una funda sin abrir. Komarov le pregunta qué traje es. Zelenski le contesta: “Es el traje de la victoria. Sólo me lo pondré cuando ganemos la guerra”.
El problema es que el final no está cerca. La gran explosión geopolítica que Putin detonó hace un año aún no ha terminado y su onda expansiva sigue cambiando a diario las rutas comerciales, la política energética, los bloques de influencia, los presupuestos militares de decenas de países y una visión del mundo que ha quedado obsoleta a golpe de misil.
Todas las guerras terminan, o bien porque uno de los contendientes se impone al otro o porque ambos se agotan en el esfuerzo. Con la invasión de Ucrania no ha sucedido ni lo uno ni lo otro. Rusia cree que puede conseguir sus objetivos iniciales de la invasión, es decir, tumbar al Gobierno Zelenski para colocar en su lugar a una marioneta de Moscú, además de ampliar los territorios anexionados ilegalmente.
Aunque el desempeño del Kremlin en la guerra ha estado plagado de errores y ha sufrido bajas de unos 200.000 militares y pérdidas materiales enormes (y la gran mayoría, irreparables a corto plazo), Rusia no ha sido totalmente vencida. Putin, en su idea de conflicto “existencial”, ha puesto la economía del país al servicio de una guerra larga, conocedor de que si este enfrentamiento que él mismo ha generado se pierde, no va a resultar existencial para Rusia pero sí para su régimen.
En cuanto a Ucrania, estamos ante un caso similar. Kiev cree que está en disposición de poder liberar más territorio antes de sentarse en la mesa de negociaciones. Las victorias ucranianas en los campos de batalla de Kiev, Jarkiv o Jersón han dejado claro a sus aliados occidentales que con el adecuado armamento Ucrania puede volver a romper las defensas rusas en las regiones ilegalmente anexionadas por Moscú. Por eso Ucrania no desea entablar ninguna negociación ahora, sino después de su posible ofensiva.
Si esa jugada le sale bien, tendrá a Rusia en una posición mucho más débil, probablemente ante la tesitura real de perder Crimea si se niega a negociar. Si esa jugada le sale mal, pueden ser Washington, París o Berlín los que presionen a Kiev para sentarse en la mesa aunque su situación no sea tan favorable. “Es importante que los líderes de los Estados de Europa crean en la victoria de Ucrania. No me importa lo que pasará después de la guerra con Rusia. Ellos tienen su propio Estado. Si pensaran en su Estado, no habría guerra”, dijo Zelenski en su reunión con la prensa. Ucrania se ha apuntado éxitos importantes, pero no ha ganado la guerra todavía.
Los dos bandos se han mostrado favorables a trabajar con Pekín y tiene sentido esa narrativa. Lo contrarío serviría al otro bando como munición para hacerlos pasar por belicistas que no desean la paz. Pero ni Rusia quiere abandonar su invasión imperialista ni Ucrania ceder su integridad territorial. Esa posición es irrenunciable de momento y las armas son las que seguirán hablando en el campo de batalla.
“La propuesta china es una posición diplomática vacía de contenido”, asegura en Wall Street Journal Michael Auslin, historiador de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford. “Lo dice todo y no se compromete con nada”. El analista Drew Thompson, antiguo funcionario del departamento de Defensa de EEUU, cree que “el plan de Pekín es solo una declaración de intenciones anodina que la propia China no sigue, como la oposición a la coerción económica en casos de diferencias políticas”.
Ahora mismo el camino a la paz encuentra enormes desafíos que vencer: el primero es el territorio. Ucrania exige a Rusia su retirada a las fronteras de 1991, mientras que Moscú asegura que esos territorios anexionados, incluyendo Crimea, ya pertenecen a Rusia en virtud de pseudorreferéndums no reconocidos ni por los aliados de Putin.
El segundo es quién pagará la reconstrucción de Ucrania, así como el juicio por los masivos crímenes de guerra cometidos por los soldados de la Z, que Rusia niega pese a las pruebas apabullantes que existen contra ella. Será difícil que Kiev acepte una paz sin reparación. Además, Putin ya no es el hombre que era antes de la guerra total. “No podemos permitirnos sentarnos a la mesa de negociaciones con él”, ha dicho Zelenski en repetidas ocasiones. El liderazgo es otro de los obstáculos para Kiev, pero quizá no tanto para sus aliados.
Con la balanza de la guerra aún por decantar y posturas irreconciliables en el campo de batalla y en la narrativa política, todavía queda mucho armamento por quemar antes de que ambos contendientes lleguen a una situación de colapso. En el caso ruso, Moscú anda reciclando de los almacenes de la Guerra Fría todo el material usable y presiona a China para que le venda lo que su arsenal va necesitando. Por el lado ucraniano el apoyo occidental llega en forma de varias compañías de tanques Leopard, misiles Patriot y, quizá dentro de poco, cazas F16. La guerra está en modo escalatorio. Más que frenarse, se acelera.
Agencias