La familia, rota, y una multitud de amigos y lectores dan el último adiós a la novelista en la iglesia de San Miguel de Kiev
NotMid 04/07/2023
MUNDO
Hay una expresión cada vez más usada en Ucrania conforme se alarga la guerra. Es “el precio a pagar por la victoria”. En realidad no es algo etéreo, sino pérdidas tangibles: ciudades destruidas hasta los cimientos, empleos que ya no volverán, paisajes abandonados quizá para siempre y, sobre todo, vidas humanas a miles, a decenas de miles o centenares de miles, que va a llevarse esta invasión rusa. Este martes, Kiev ha despedido a una de sus más brillantes escritoras, embarcada como el resto del país en una resistencia desesperada: Victoria Amelina.
Bajo las impresionantes cúpulas doradas de la iglesia de San Miguel, una familia rota de negro y una multitud de amigos y lectores despidieron a Amelina con una misa fúnebre en la que no faltaron los rituales ortodoxos del coro y el incienso. Esta escritora, una de las más premiadas de su país y conocidas en todo el mundo, había abandonado la ficción para dedicarse a documentar los incontrables crímenes de guerra que va dejando el ejército ruso en su país.
Hace una semana, Victoria Amelina cenaba en el restaurante Ria de la ciudad ucraniana de Kramatorsk junto al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, el ex comisionado de paz Sergio Jaramillo y la reportera Catalina Gómez, que les hizo de guía. “Fue un ruido espantoso, como si saliera del centro de la Tierra”, contó Faciolince. Catalina Gómez asegura que Victoria se quedó sentada junto a ella, “aparentemente sin heridas, pero con los ojos cerrados y sin conocimiento”. Desde esa jornada hasta el día 1 había permanecido en estado crítico. Una herida en la parte trasera del cráneo, donde se alojó un trozo de metralla, terminó con su vida en unos días.
El ejército ruso aseguró primero que el ataque no lo hicieron ellos sino que fue un misil ucraniano. Unas horas después sí admitieron que el misil era ruso y ahí comenzó el ya habitual desfile de mentiras del régimen de Moscú. El bombardeo, realizado con un misil balístico Iskander, uno de los más precisos de su arsenal que vale unos tres millones de euros, se había producido contra la pizzería porque en su interior “había un puesto de mando de una brigada del ejército”. Cuando eso sonó demasiado absurdo hasta para la propaganda de Moscú, improvisaron otra respuesta: “Había una fiesta de militares de la Legión Internacional de Ucrania”, con el resultado de “dos generales abatidos y otros 50 soldados fallecidos”.
Esa información es falsa, porque ni había en su interior ninguna fiesta ni Rusia mató a dos generales. Lo que sí había, y es lógico, son algunos militares cenando con sus novias, sobre todo tratándose de una ciudad en la que el despliegue militar es tan grande. Por tanto, el bombardeo es injustificable. El recuento de muertos es de 13 civiles, con al menos dos niñas entre ellos, además de 60 heridos. Amelina fue víctima de uno de los crímenes de guerra que ella misma se empeñó en denunciar. Peskov, el portavoz de Putin, sólo acertó a decir, siempre tirando de cinismo, que el Ejército de Rusia “no ataca infraestructura civil”.
“APRENDER LOS NOMBRES”
“La guerra es cuando ya no puedes seguir todas las noticias y llorar por todos los vecinos que murieron en tu lugar a un par de kilómetros de distancia. Aún así, no quiero olvidar aprender los nombres”, dejó escrito Victoria Amelina. Tras el funeral, una larga cola de lectores y amigos dejaron flores junto a su ataúd.
El brutal ataque a la pizzería de Kramatorsk es un ejemplo más de la violencia gratuita a la que Rusia somete a las ciudades fronterizas o con Rusia o con sus zonas ocupadas. Zaporiyia, Sloviansk, Járkiv o Sumi sufren ataques similares casi cada semana. Al encontrarse tan cerca de los lanzadores de misiles, es imposible que la alerta antiaérea avise con tiempo a los vecinos. Un informante prorruso fue detenido en Kramatorsk horas después por el servicio de inteligencia ucraniano acusado de haber grabado y enviado al enemigo imágenes del restaurante para marcarlo como objetivo del ejército ruso.
Tras el bombardeo de la pizzería, dos políticos del régimen ruso hicieron declaraciones. Uno de ellos, el ministro de Exteriores Sergei Lavrov, aseguró que “esos ataques van a continuar porque Ucrania ha declarado la guerra a Rusia”, sin que aún sepamos exactamente a qué declaración se refiere, y Dimitri Medvédev, que en otra época fue considerado “un moderado” del régimen: “La guerra con Ucrania será algo permanente”. Es otro ejemplo del descenso a los infiernos de un régimen cada vez más totalitario que pierde la guerra en el campo de batalla pero que aún conserva enormes capacidades de hacer daño a la población civil de Ucrania, castigada una y otra vez por no haber facilitado la invasión tal y como la había planificado el Kremlin.
El enorme problema para Ucrania es que este esfuerzo bélico y civil se están llevando a lo mejor de su generación. Ya en 2014, los nacidos más allá de la independencia decidieron librarse del yugo de Moscú con el Maidán. Esos mismos jóvenes ocupan las trincheras hoy, acompañados de sus padres y, pronto, de sus hijos. Victoria Amelina es hija del Maidán y de aquel movimiento. Mientras, Rusia multiplica las unidades Storm Z, brigadas formadas a base de delincuentes y criminales procedentes de las prisiones. “Nosotros perdemos a los mejores mientras los rusos limpian sus cárceles”, se quejaba una periodista ucraniana en el funeral.
En el exterior de San Miguel de las cúpulas doradas, donde la capital de Ucrania despidió a una de sus hijas más talentosas, las autoridades ucranianas siguen incorporando vehículos blindados rusos a su exposición permanente. Por suerte, el de los tanques quemados es el único desfile de carros de combate rusos que se ha visto por aquí.
Agencias