Las elecciones tienen una dimensión existencial para el proyecto europeo. En nuestro país, el resultado medirá la voluntad de cambio de los españoles y la debilidad o fortaleza con la que Sánchez afronte el colapso de la legislatura
NotMid 09/06/2024
EDITORIAL
JOAQUÍN MANSO
La retórica épica del presidente americano durante los actos por el 80º aniversario del Desembarco de Normandía nos dio la dimensión de los desafíos a los que la Unión Europea tendrá que enfrentarse con los liderazgos, la orientación y las fuerzas que salgan de las elecciones de hoy. «La batalla contra la dictadura y contra la tiranía continúa», dijo Joe Biden. Europa afronta el intento del autoritarismo global de darle la vuelta al orden internacional que salió de la Segunda Guerra Mundial bajo los valores universales de la democracia, el Estado de Derecho y el libre comercio.
Para sobrevivir como primer espacio de libertades del mundo, el continente tendrá que responder como un actor geopolítico con voz propia en torno a una ambición de futuro compartido. Tiene por fin sentido apelar a una ciudadanía europea cuando sentimos como comunes nuestros problemas. Es nuestra forma de entender la vida lo que se pone en juego hoy.
Las imágenes titubeantes del anciano líder de la primera potencia sobre la playa de Omaha son al mismo tiempo un símbolo de la fragilidad con la que nos asomamos al reto. Europa puede quedarse sola. Al fondo, la receta aislacionista de Donald Trump cobra ventaja para la cita trascendental de noviembre y el apoyo norteamericano a la OTAN corre peligro. La agresión de Vladimir Putin a Ucrania nos impone un rearme militar urgente a la búsqueda de nuestra autonomía estratégica.
Nuestra competitividad se queda atrás, atrapada en la pinza proteccionista de China y EEUU, con una industria vulnerable y sin capacidad para producir patentes en tecnologías clave como la inteligencia artificial. Las soluciones pasarían por avanzar hacia una gran nación económica europea, pero paradójicamente habrá que hacerlo bajo la influencia creciente de los populismos euroescépticos que aspiran a desnaturalizar la UE mientras explotan la angustia identitaria y la incertidumbre de las clases medias. La astuta Giorgia Meloni será con toda probabilidad la auténtica kingmaker de la legislatura sin descuidar ninguna de sus batallas culturales en Italia.
La magnitud existencial de estas elecciones y su decisivo impacto nacional contrastan con el desempeño pueril de nuestra conversación pública. Las formaciones populistas han contagiado a los partidos sistémicos su lenguaje, su programa, incluso en algún caso su forma de organización, que es siempre un reflejo del proyecto político que ofrecen a la sociedad.
Los asistentes al mitin del cierre de campaña del PSOE lucieron pulseras con el lema Free Bego, para hacer chanza de la imputación de la esposa del presidente del Gobierno. La periodista turca Ece Temelkuran describe así una fase del deslizamiento autoritario de su país: «Elimina la vergüenza: en el mundo de la postverdad, la inmoralidad mola». Pedro Sánchez gobierna ya desde esa política disruptiva. Para activar la emoción victimista, utiliza la coincidencia del proceso electoral con la investigación judicial a Begoña Gómez para someter la instrucción al escrutinio popular y construir una narrativa que legitime ulteriores actuaciones contra jueces y periodistas. Las pulsiones antiliberales habitan entre nosotros, cada vez con menos complejos.
La irrupción de la Fiscalía Europea en plena campaña desmiente sin embargo el relato gubernamental que sugiere una confabulación de jueces excéntricos y maniobras de ultraderecha. No hay «máquina del fango» ni «bulos»: hay hechos objetivos y relevantes que, cualquiera que sea la calificación jurídica que acaben recibiendo, merecen una valoración política que el presidente trata de evitar sin ofrecer explicaciones a los ciudadanos. Las cartas son el plasma de Sánchez.
«De acuerdo con los estándares de integridad pública, es posible cuestionarse legítimamente hasta qué punto quien es esposa del presidente del Gobierno puede desarrollar una actividad profesional consistente en conseguir fondos para sus actividades privadas procedentes de empresas que mantienen relaciones con el Gobierno», escribían esta semana con acierto en el periódico los profesores Fernando Jiménez y Germán Teruel.
El resultado de esta noche medirá la voluntad de cambio de los españoles. Alberto Núñez Feijóo se ha limitado a explotar esa emoción de rechazo, alimentada por el cuajo de Sánchez ante las acusaciones de corrupción y también por la amnistía, sin salirse de la lógica plebiscitaria en la que lleva instalado desde el trauma del 23-J y que no rompe la dinámica polarizadora de los bloques incomunicados. Algunas encuestas le dicen que será suficiente para una victoria holgada. Otras reducen ese margen hasta el mismo límite. Al partido le siguen faltando un cuerpo ideológico y un discurso que permitan identificarlo como indudable alternativa.
El PP será el segundo grupo nacional del principal partido europeo, el que será mayoritario en el Parlamento y controlará la Comisión, y necesariamente por tanto será el más influyente de los españoles en Bruselas. Poco se le ha oído esto en campaña. A Vox, al que le ha salido un preocupante forúnculo con la candidatura dinamitera de Alvise, no se le podrá reprochar en cambio que no haya dejado clara su idea (anti)europea.
Todos los sondeos coinciden en que el desarrollo de la campaña está contribuyendo a una desmovilización ciudadana. La participación será muy baja: ganará quien movilice a su comunidad de fieles. La convulsión política provocada por la imputación de Begoña Gómez amplificará sin embargo las consecuencias del resultado, que esencialmente se traducen en acercar o alejar a Feijóo de su trayecto hacia La Moncloa y en la debilidad o fortaleza política con la que Sánchez tendrá que enfrentarse a las dos situaciones que colocan inevitablemente la legislatura, pase lo que pase, en trance inminente de colapso.
La primera es la posible implosión de Sumar y del liderazgo de Yolanda Díaz, al borde de ser rebasada por Podemos en múltiples tracking. Si el PSOE aparece esta noche cerca del PP será al precio de absorber el voto de su socio y de certificar la muerte de su muleta en el Gobierno, castigada por su seguidismo y su ausencia de autonomía política para hacer oposición desde dentro.
La segunda, mucho más importante, es la negociación para elegir al presidente de Cataluña. Mañana mismo el independentismo se hará con la Presidencia del Parlament y eso significará automáticamente que ERC y Junts suben todavía más el precio de su apoyo a Sánchez. También implicará que es probable que Carles Puigdemont sea designado candidato a la investidura antes que Salvador Illa: así que la decisión del Supremo sobre la amnistía le servirá como detonante de un conflicto institucional que puede provocar una brecha democrática.
No hay mayor amenaza para el sueño europeo que este populismo nacionalista que fragmenta su proyecto en batallas antipolíticas, miserables y provincianas mientras consume toda su energía transformadora. Vencerlo exigirá convicción moral y voluntad política: también decidimos hoy si queremos que ese sea nuestro camino. Porque el mundo no se parará a esperarnos.