Los incontables exégetas de la bofetada no terminan de ponerse de acuerdo en lo esencial: Smith obró mal
NotMid 29/03/2022
OPINIÓN
Que a pesar de una evidente decadencia no ha cedido Hollywood su hegemonía cultural lo demuestra la repercusión del sonado incidente protagonizado por Will Smith y Chris Rock en la gala de los Oscar. El bofetón con el que el primero castigó al segundo por una broma de mal gusto sobre la mujer de Smith ha dado literalmente la vuelta al mundo y ha merecido toda clase de juicios morales, sociales y hasta ideológicos. No es de extrañar, pues hace tiempo que Hollywood es el epicentro de ese neopuritanismo identitario que aspira a reinterpretarlo todo a la luz de las normas cada vez más exigentes de la corrección política. De ahí que, en medio de la maraña de victimismos interseccionales que enturbian el recto criterio ético y hasta jurídico, los incontables exégetas de la bofetada no terminen de ponerse de acuerdo en lo esencial: Smith obró mal. Esto es lo primero que hay que reconocer.
Nunca una burla más o menos afortunada o hiriente en un contexto festivo puede ser contestada con una agresión. La capacidad de expresar y encajar el sarcasmo siempre ha formado parte de la mejor industria del espectáculo, por más que en los últimos tiempos el apetito de cancelación nacido de la cultura woke esté amenazando esa tradición de libertad. Nuestras sociedades crecientemente intolerantes no deben plantearse los límites del humor sino los de la susceptibilidad. Desde ese punto de vista, Smith traicionó su condición de estrella internacional, privilegio que conlleva responsabilidades singulares. De ello se dio cuenta demasiado tarde, mientras ensayaba una patética justificación durante el discurso de recogida de su estatuilla.
La agresión de Smith tiene una única virtud: no puede ser reducida a categorías de raza, sexo o clase. Era solo un hombre perdiendo los papeles porque otro actor -hombre y negro como él- había disgustado a su esposa. El liberalismo sabe que, sin libertad para ofender, el arte termina muriendo, sustituido por la ortodoxia. En este caso no estamos precisamente ante una muestra singular de audacia y talento, pues el comentario de Rock ni siquiera tenía gracia, pero se trata de una cuestión de principio. Ojalá el revuelo formado a raíz de este episodio tragicómico sirva para que nos reconciliemos con la noción de moral individual y para que nos alejemos de la trampa del colectivismo, que aplaude o excusa ciertos comportamientos o actos objetivamente reprobables en función del grado de victimismo estructural que quepa atribuir a la identidad de su autor. Sobre la libertad de expresión, y la responsabilidad personal que comporta, se ha fundado no solamente la civilización sino también la mera cortesía.
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