La autora analiza el nacimiento de la nación española para reivindicar una educación que muestre que hay siglos de Historia que preceden a la invasión napoleónica
NotMid 02/05/2022
OPINIÓN
ISABEL DÍAZ AYUSO
España, a 2 de mayo de 2022: la política española de hoy pone a prueba nuestro valor, la solidez de nuestros principios, y nuestra capacidad de no perder la ilusión ni el sentido de la realidad.
Padecemos un Gobierno central que, en los peores momentos, ha ejercido el poder inconstitucionalmente, como si España no tuviera Parlamento; un presidente del Gobierno que permite que sus ministros hagan declaraciones propias de lo que son: antisistemas; que calla cuando se pisan los derechos de los castellano hablantes de algunas regiones, a pesar de las sentencias judiciales; que premia a etarras e indulta a golpistas; descapitaliza España y la enfrenta; deserta de la acción internacional, permitiendo que a España se la humille o se la ningunee. Que manipula y obstaculiza la acción de los organismos de control, como la Agencia de Protección de Datos, el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, el Tribunal de Cuentas, los secretarios municipales; o pretende manipular y “orientar” la actuación de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia.
Busca desesperadamente politizar y someter el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); deja que se extienda la insidia de que la Administración consultiva y de control “da más problemas de los que resuelve y no es democrática”; quiere acabar con los principios de mérito, capacidad y no arbitrariedad en las oposiciones a funcionarios y jueces; y dejar sin valor el esfuerzo, la igualdad de oportunidades, la objetividad y la transmisión de saberes en la Educación.
Acaba de forzar al Parlamento para dar cabida a proetarras y golpistas en la Comisión de Secretos Oficiales; quiere convertir al Rey en una figura decorativa y bajo sospecha permanente… Es la acción de la carcoma totalitaria, que pretende socavar el orden constitucional, alterarlo por la puerta de atrás.
En 1808, Antonio de Capmany, catalán, ilustrado español, nacido en Barcelona y muerto en Cádiz, donde fue uno de los más de medio centenar de diputados catalanes en las Cortes constituyentes, escribía lo siguiente: “Bonaparte, hasta ahora, no ha peleado sino con ejércitos, y no con naciones… Pero, ¿pensaba el gran político y sagaz Napoleón conseguir el mismo recibimiento de los españoles, que hace dos mil años que mantienen este nombre, que componen una sola nación independiente y libre?”.
Conviene que conmemoremos esta fecha con toda la lucidez posible, que saquemos las lecciones que la Historia siempre nos ofrece. No suele comentarse que la invasión francesa no ocurrió de la noche a la mañana, que se llevaban soportando años de cesiones y se toleraba lo intolerable por miedo, al propio Napoleón y al fantasma de la Revolución francesa. Pero el miedo es siempre el peor consejero posible y la Historia nos lo muestra.
El fracaso en la vida personal y social viene siempre de ceder ante el mal o el error o el abuso, hasta que la confrontación, el desencanto o la ruptura se hacen inevitables.
Hay quienes afirman que la invasión napoleónica y las transformaciones posteriores “dieron origen a la nación política española”. Pero esto no es verdad. Siglos de Historia y las palabras de Capmany lo desmienten. También los argumentos de profesores tan respetables como Antonio Domínguez Ortiz, para quien la romanización y la reconquista constituyeron, respectivamente, la base de nuestra unidad nacional y el generador de la individualidad hispánica. O Julián Marías, quien, en su España inteligible, recuerda: “Es muy probable que España no lo haya sido tanto como en los decenios centrales del siglo XVIII”. Durante los siglos XVI y XVII España construía un Nuevo Mundo, y ella pasó a ser tan solo una parte de “las Españas”.
La nación española no pudo surgir contra los franceses. Antes, al contrario: como existía desde hacía siglos, se levantó a una y sorprendió al invasor y al mundo. Desde hace siglos, nuestra nación no depende para existir del régimen político de cada momento, de ideologías dominantes, ni de influencias externas. Pero permítanme que siga con Capmany, figura de primer orden en la España de su tiempo: “¿Qué sería ya de los españoles, si no hubiera habido aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes, castellanos, etc.? Cada uno de estos nombres inflama y envanece, y de estas pequeñas naciones se compone la masa de la gran Nación que no conocía nuestro sabio conquistador…”.
No fue Madrid sola, aunque Madrid fuese pionera, rotunda e inspiradora en el levantamiento popular del 2 de mayo. Fue España entera, desde Asturias hasta Bailén, y Zaragoza, Gerona, Vitoria, o Cádiz. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, el campo y la ciudad, los de alta cuna y el pueblo. Una nación española en la que, entonces y hoy, la realidad regional es esencial: la vertebra, y la hace más fuerte.
“¿Qué le importaría a un Rey tener vasallos, si no tuviese nación?”. La nación la forman «la unidad de las voluntades, de las leyes, de las costumbres, y del idioma, que las encierra y mantiene de generación en generación. Donde no hay nación, no hay patria, porque la palabra país no es más que tierra que sustenta personas y bestias a un mismo tiempo», añade Capmany, y parece que nos estuviera hablando hoy.
Tampoco fue la del 2 de mayo la primera ni la última gloria de este pueblo de Madrid ni de España entera: desde la Reconquista hasta la Transición.
Sí, el 2 de mayo de 1808 y en los años posteriores, Madrid primero y toda España después fueron el asombro de Europa: hoy lo recordamos y lo celebramos. Pero conviene no olvidar que esta época es también el comienzo de la discordia entre españoles, que Marías explicaba como “esa actitud que consiste en no poder soportar a una parte de la sociedad a la que se pertenece, en no poder convivir todos juntos”. Es el comienzo de las llamadas “dos Españas”, superadas por fin en la Transición española: la verdadera pieza que quieren cazar los de la “memoria histórica o democrática”, a quienes les gustaría resucitar el guerracivilismo y la discordia. La América española se emancipó a raíz de la Guerra de Independencia. Además, la destrucción de la guerra fue terrible, el expolio de arte, joyas…, se llegó a la extinción de nuestra cabaña de raza merina, la más apreciada del mundo. Tras la guerra tuvo lugar el primer gran exilio político de nuestra Historia, el de los afrancesados…
Todo eso ocurrió también en ese siglo heroico y convulso, hasta llegar a la atroz guerra civil del 36. Y este Gobierno quiere que los alumnos españoles solo estudien desde allí, que crean que ese periodo es el verdaderamente representativo de la Historia de España: sin romanización, sin Monarquía visigoda, ni Fuero Juzgo, ni Reconquista, ni Camino de Santiago, ni Cortes de León, ni la Unidad Nacional de los Reyes Católicos, ni el Descubrimiento del Nuevo Mundo, ni las Leyes de Burgos ni las De Indias, ni el Derecho de Gentes, ni Lepanto, ni la Escuela de Salamanca, ni el Siglo de Oro, ni los Virreinatos, ni las reformas de los ilustrados españoles, sin 1.000 años de cultura en español, repartidos por el mundo entero.
¿De verdad tiene sentido seguir afirmando que la Historia de España empieza en 1808 y que entonces empieza nuestra nación a serlo?
La razón está en que algunos creen que lo mejor que le ha pasado al pensamiento es la Ilustración, además la francesa (y se olvidan de la española, por cierto). Que desconocen o quieren olvidar casi todo lo bueno que produjo España, antes y después, frutos muy superiores a la Ilustración francesa. ¿Es porque todos aquellos frutos se produjeron siendo España una monarquía?
Si miramos con ojos nuevos la Historia, podremos renovar nuestro entusiasmo por España, evitar ciertos peligros; sacar lecciones que nos guíen para construir un proyecto de futuro en común, que hable de quiénes somos y acreciente la herencia de todos los españoles.
Isabel Díaz Ayuso es presidenta de la Comunidad de Madrid.