Europa no quiere aventuras pero Putin la ha colocado en el vórtice de la Historia
NotMid 19/03/2022
OPINIÓN
Contamos lo que intuimos sobre lo poco que sabemos. Cualquier predicción resulta de una pócima a la que añadimos deseos, antojos y ambiciones. Las ambiciones surgen del afán de distinguir nuestra contribución en una sociedad apabullada y sometida constante e inmisericordemente a estímulos de información y desinformación, a un proceloso mar de bits, sobreabundancia de palabras y conclusiones en pedacitos. Ignoramos lo que va a ocurrir. Nos manejamos tuertos con escenarios posibles -probables o no-. Las ciencias generalizadoras -sociales- ansían leyes que expliquen acontecimientos particulares relacionados con el comportamiento humano. Por eso tienden a menguantes, porque para evitar errar se dedican a buscar relaciones entre hechos y fenómenos nimios e insignificantes. Las ciencias generalizadoras no explican nada. Además, cada mínima variación hace saltar sus corolarios por los aires.
La Historia no es una ciencia generalizadora: no hay leyes históricas. Si creyésemos lo contrario seríamos marxistas y deterministas. Según Popper, la Historia carece de teorías unificadoras. Si bien, comparte un rasgo con las ciencias generalizadoras: inevitablemente, ambas adoptan un punto de vista. El sesgo condiciona la explicación y contamina la conclusión. Los sesgos nos trazan el derrotero de la Historia. Para Popper, la Historia universal no tiene ningún sentido, o sea, guion. No obstante, «la Historia es maestra de la vida». Suelo titular así la sesión en el programa Young Civil Leaders de la Fundación Tatiana. La Historia aporta experiencia, mesura, perspectiva, orden y razón; nos explica lo que sucede, no lo que sucederá.
«Ven a mi sueño, hijo. Ven a verme»; «Una vez soñé con un ataúd… En el lugar de la cabeza había una ventanita, una ventanita grande… Me inclino para darle un beso… Pero ¿quién está ahí dentro? Ese no es mi hijo… Es moreno… Un chico afgano, pero que se parece a Sasha… Mi primer pensamiento: ‘Él es el que mató a mi hijo…’. Y acierto: Este también está muerto. Alguien le ha matado. Me inclino y le doy un beso a través de la ventanita… Espantada, me despierto: ¿Dónde estoy?». Es la voz de la madre de un soldado soviético caído en Afganistán. Narra el dolor y la angustia Alexievich en Los muchachos del zinc.
Europa no quiere aventuras pero Putin la ha colocado en el vórtice de la Historia. Rusia es un gigante con inclinación a tropezar. Putin cree que Rusia tiene un destino y él, una consigna. Europa no arguye un destino sino un deber que cumplir al que le ha llegado su hora.
ElMundo