NotMid 14/03/2022
OPINIÓN
EUGENIO BREGOLAT
La guerra de Ucrania es uno de esos hechos que marcan un punto de inflexión la historia. El cuarto en lo que llevamos de siglo, tras los atentados del 11-S de 2001,l a Gran Recesión y la pandemia. Todo se ve afectado por ellos, incluidas las relaciones entre las grandes potencias: Estados Unidos, China, Europa y Rusia.
La relación entre Washington y Pekín es hoy el eje de la geopolítica global. Escribió Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad nacional de Carter y una de las grandes cabezas estratégicas del siglo pasado, en The great chessboard (1997): «El escenario más peligroso (para EEUU) sería una gran coalición entre China y Rusia, y tal vez Irán…, unida por agravios complementarios. Evitar esta contingencia requerirá el despliegue de habilidad geoestratégica por parte de EEUU simultáneamente en los perímetros occidental, oriental y meridional de Eurasia».
En la misma obra, Brzezinski sostiene: «Sin Ucrania Rusia deja de ser un imperio euroasiático. Si Moscú recupera el control de Ucrania, con el acceso al Mar Negro…, automáticamente recupera la capacidad de convertirse en un poderosos Estado imperial». Brzezinski era de origen polaco, de modo que sabía muy bien que la confrontación geopolítica entre Rusia y Polonia tuvo a Ucrania como principal objeto desde el siglo XV. En 1648, Ucrania se decantó por Moscú y formó parte del imperio ruso y luego de la URSS, con breves paréntesis, hasta fines de 1991.
La habilidad geoestratégica exigida para evitar que entre China y Rusia surgiera esta «cuasi alianza» (expresión utilizada por Henry Kissinger para referirse a la relación surgida a partir del viaje de Nixon a China, medio siglo atrás, entre ésta y EEUU) ha dejado mucho que desear. Gorbachov permitió la disolución del Pacto de Varsovia, la reunificación alemana y el hundimiento de la URSS sin utilizar la fuerza para impedirlo, un vasto proceso de desistimiento. Gorbachov pedía la creación de una Casa Común Europea, un nuevo orden mundial. En su lugar, el trato dispensado a Rusia desde entonces, en especial las sucesivas oleadas de ampliación de la OTAN -que en 2008 (cumbre de Bucarest) dio a Ucrania y a Georgia la esperanza de que un día serían admitidas como miembros de pleno derecho-, hicieron que la mayor parte de la élite política y de la población rusas se sintieran humilladas y ofendidas.
Eso no justifica la agresión de Rusia a Ucrania, que vulnera el Derecho internacional y ha sido condenada por la gran mayoría de los países; pero la sitúa en el contexto histórico y emocional. En cuanto a China, con la guerra económica y tecnológica iniciada por Trump y continuada por Biden, en un intento evidente de frenar su ascenso, se la está tratando como un enemigo. El intento de Biden de alejar a Putin de China en la cumbre entre ambos de junio pasado sólo habría tenido alguna posibilidad de éxito si EEUU hubiese atendido las demandas rusas de renunciar a ulteriores ampliaciones de la OTAN, en especial respecto a Ucrania y otras ex repúblicas soviéticas. La guerra supone el fracaso total del intento.
El pivot de Obama hacia Asia, containment blando de China frente al containment duro de Trump y Biden, partía de la base de que EEUU podría dedicar menos atención y medios a Oriente Próximo y a Europa. Pero las dificultades en acabar con las guerras de Irak y Afganistán, así como la primera guerra de Rusia contra Ucrania, han negado esta base. Biden ha reiterado que China es la gran prioridad de la política exterior norteamericana; la guerra de Ucrania le impedirá igualmente concentrarse en ella como hubiese deseado.
Europa es otro de los mayores envites en la partida geoestratégica que juegan EEUU y China. La guerra de Ucrania ha vuelto a convertir a Rusia en una gran amenaza para Europa, similar a la que suponía la URSS antes de Gorbachov. La OTAN se ha recuperado de la «muerte cerebral» pronosticada por Macron. Éste y Scholz viajaron a Moscú y Kiev pocas semanas atrás para intentar evitar la invasión de Ucrania, recuperando los Acuerdos de Minsk, conscientes de que la autonomía estratégica de Europa saldría perjudicada si fracasaban en su intento. Recrecido el peligro ruso, la necesidad de protección estadounidense es mucho mayor y, por tanto, la condición de protectorado de Europa respecto a EEUU queda subrayada. La guerra enfrenta a todos con difíciles disyuntivas. Si EEUU tendrá que ver como cohonesta una mayor dedicación a Europa con su prioridad china, Europa tendrá que compaginar una mayor dependencia de EEUU respecto a su seguridad con el mantenimiento de su autonomía estratégica.
El principal objeto de esa autonomía es la relación con la gran potencia emergente. Josep Borrell, en el número de septiembre/octubre pasados de Política Exterior escribió: «Para que la UE no quede aprisionada en relación al conflicto entre EEUU y China ha de tener respuestas específicas, ver el mundo con sus propios ojos y actuar en defensa de sus valores e intereses, que no siempre coinciden con los de EEUU. Europa ha de actuar a su manera».
Europa ha rechazado el decoupling americano y se ha resistido a enrolarse en una cruzada antichina, aspirando a ser un poder moderador. Según la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, «no sería posible forjar el mundo de mañana sin una estrecha asociación entre la UE y China». Y para Federica Mogherini -antecesora de Borrell, responsable del informe UE-China. Una perspectiva estratégica que identificó a China a la vez como «un socio cooperador, un competidor y un rival sistémico»: «Un contexto geopolítico global caracterizado por un enfoque extremadamente confrontacional y conflictivo ha inducido a autores como la UE y China a desarrollar vías realistas y pragmáticas para reforzar el multilateralismo. Para ambos un orden internacional cooperativo es indispensable…
Los dos han llegado a la sabia conclusión de que la disyuntiva conmigo o contra mí no se aplica a su relación bilateral». Partiendo de la mayor necesidad europea de la protección americana, EEUU podría proponer a Europa un quid pro quo de este tipo: «yo te protejo contra el que tu consideras la principal amenaza, Rusia, y a cambio tú me sigues contra la que yo considero la principal amenaza, que es China». El tiempo dirá en qué medida Europa puede mantener su independencia estratégica en el nuevo contexto creado por la guerra.
A China se le plantean disyuntivas no menos complicadas que a los demás. Ha mantenido su adhesión a los principios de soberanía e integridad territorial, diciendo específicamente que deben aplicarse a Ucrania. Se ha abstenido en las votaciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de la ONU, sin condenar ni apoyar a Rusia. Por otro lado, no ha sancionado a Moscú, aunque parece que no intenta neutralizar las sanciones occidentales, y ha manifestado comprensión por la posición rusa de que la ampliación de la OTAN vulnera su seguridad. A partir de esta matizada posición, ha ofrecido sus buenos oficios para intentar poner fin al conflicto. Borrell ha dicho, en declaraciones a este periódico, que China es la mejor situada para mediar.
Respecto a la posibilidad de encontrar una salida negociada al conflicto, el presidente ucraniano Zelenski ha manifestado los últimos días que hace ya tiempo que comprendió que la OTAN no está preparada para recibir a Ucrania. Y su ministro de Exteriores, Kuleba, dijo que la cuestión esencial son las garantías de seguridad, lo que se ha interpretado como que si éstas fueran las adecuadas Ucrania pudiera aceptar su neutralización. Lavrov declaraba días atrás que Moscú está dispuesto a hablar de garantías para Ucrania, para los estados europeos y para la propia Rusia.
La guerra pudiera derivar en un refuerzo de los lazos de EEUU y Europa, por un lado, y de China y Rusia, por otro. Un paso más hacia una bipolaridad, una nueva guerra fría que sería mala para todos y, en especial, para Europa. Una de las lecciones del conflicto es que Europa debe avanzar sin demora hacia la unión política federal, tal como pide el programa del nuevo Gobierno tripartito alemán. Recordemos que Putin se permitió humillar a Macron diciéndole que lo que él proponía, en la línea de los Acuerdos de Minsk, no dependía en realidad de él, sino de otro. Quedó claro, una vez más, que los países de la UE uno a uno, incluso los más poderosos, tienen una influencia muy limitada ante las grandes potencias.
Decía Jean Monnet que «grandes pruebas tendrán que soportar aun los países europeos para entender que la única alternativa a la unión política es la irrelevancia». ¿No son esta guerra, la reemergencia de China, el Brexit, el fenómeno Trump en EEUU, los retos globales que exigen cooperación internacional, empezando por el cambio climático, pruebas suficientes? Borrell ha dicho que esta guerra marca el nacimiento de la Europa geopolítica. La unión política federal debiera ser su prioridad.
- Eugenio Bregolat fue embajador de España en China.
ElMundo