Esta guerra a las puertas de Europa ha sacudido el orden mundial, cierra una etapa de las relaciones internacionales y abre un tiempo nuevo en el ámbito diplomático, comercial, institucional, político y militar.
NotMid 24/03/2022
OPINIÓN
Se cumple hoy un mes de la infame invasión de Ucrania por parte de Putin. A falta de conocer el número exacto de muertos que ya ha producido la ensoñación imperialista del sátrapa ruso -la cantidad de desplazados sobrepasa los tres millones-, sí podemos afirmar que esta guerra a las puertas de Europa ha sacudido el orden mundial. En el amplio especial que EL MUNDO dedica hoy a esta luctuosa efeméride, un completo plantel de expertos analiza los múltiples aspectos de un conflicto que cierra una etapa de las relaciones internacionales y abre un tiempo nuevo en el ámbito diplomático, comercial, institucional, político y militar.
La primera consecuencia que cabe extraer es el despertar de Occidente. Durante demasiados años las democracias europeas, fiadas del papel de gendarme global de la OTAN, han vivido ajenas a la amenaza autoritaria que crecía en su frontera este a partir de la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría, fracaso que Putin ha sabido transformar en el combustible victimista que cualquier nacionalismo necesita para explotar. Llevado de un designio mesiánico y de un revisionismo predemocrático en torno al papel que ha de jugar Rusia en el mundo, el ex agente soviético que manda en el Kremlin ha querido redibujar las fronteras de Europa sustituyendo la aplicación del derecho internacional por el avance de los carros de combate.
Mientras la devastación causada por los bombardeos se ceba con las poblaciones ucranianas y Mariupol adquiere la condición simbólica de ciudad mártir, el pueblo de Ucrania, liderado por Zelenski, plantea una resistencia heroica dada la desigualdad de fuerzas. Resiste amparada en el apoyo militar de la OTAN, que no obstante se abstiene de participar activamente en la guerra mediante el envío de tropas o declarando la exclusión aérea en el cielo ucraniano para conjurar el peligro de la escalada nuclear.
Nadie sabe cuánto más durará el fuego. Sí sabemos que a su término Rusia se habrá convertido en una dictadura canónica y en una nación paria, condenada a subsistir como mero satélite del gigante chino, con una economía quebrada por el alcance sin precedentes del paquete de sanciones decretado por la Unión Europea. El club comunitario, tantas veces lastrado por la burocracia y el disenso, se ha cohesionado al fin en torno a su propia necesidad de autodefensa. Ni la democracia está de una vez garantizada ni la libertad perdura sin sacrificio, y los europeos han tenido que redescubrir esta vieja verdad a golpe de misil en su mismo vecindario.
El retorno de EEUU al compromiso atlántico es otro de los efectos. Biden liderará en Madrid una reunión decisiva de la OTAN, de donde saldrá el previsible pacto de una mayor inversión en seguridad. Putin podrá destruir materialmente Ucrania, pero el precio será la destrucción duradera de la respetabilidad rusa, veremos si no su propio poder, que hoy parece omnímodo.
La historia se está haciendo ante nuestros ojos al estilo del siglo pasado, y en ese parto cruento mueren miles de inocentes. Aún no sabemos si Putin es el último coletazo del XX o el anticipo de un mundo de bloques que vuelve a regirse por la realpolitik. El deber del periodismo, primer borrador de la historia, será contarlo.
ElMundo