NotMid 04/11/2024
OPINIÓN
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
En la catástrofe de Valencia hay un factor que sobresale entre todos: la dimisión de Sánchez de sus obligaciones como presidente del Gobierno. Quedó claro, desde que su máquina del fango se puso a desinformar, que veía la oportunidad de recuperar la Comunidad Valenciana y que, como ha hecho con Madrid, dejaría a la autoridad regional asumir la responsabilidad visible, siempre menor, mientras ocultaba la suya, mucho mayor.
La cronología es inapelable. Primero, mintió el Gobierno sobre la hora en que pidió ayuda Mazón, lo que desmintió la delegada del Gobierno. Luego, como si el problema fuera el PP y no vieran a los ciudadanos que en esas horas afrontaban la ruina y la muerte, Marlaska y Robles empataron en mezquindad regateando el envío de policías, guardias civiles y soldados. Hasta el cuarto día no anunció Robles que enviaba 700, o sea, nada, pero se le escapó esta clave: “Hay 120.000 militares dispuestos a actuar si fuera necesario”. O sea, que Mazón aún no estaba totalmente destruido, era necesario continuar. Por fin, al día siguiente, el quinto, Sánchez se nos apareció como salvador de las tormentas, pero puso condiciones para dar, no ofrecer, todos los recursos del Estado: la sumisión. “Lo que necesite, que lo pida”, dijo, como si él no estuviera obligado a tomar decisiones por encima de Mazón, ni fuera un presidente europeo, sino un déspota oriental.
El problema de fondo es que si Sánchez no ha declarado el estado de alarma ni proclamado la emergencia nacional es porque sus socios, rabiosos antiespañoles, no quieren que sea visible la nación española viva, ayudándose a sí misma y demostrando su profunda hermandad sentimental, como, de todas formas, han mostrado los miles de voluntarios civiles para ocupar el vacío militar y, sobre todo, las colectas improvisadas desde cualquier rincón de España para ayudar a sus compatriotas. Porque lo son.
Está en su naturaleza la cobardía, por eso el presidente huye dejando al Rey y a Mazón solos con los ciudadanos que, con toda razón, protestan a gritos. El Gobierno los abandonó a su suerte por mísero cálculo político y sigue sin ayudarlos porque sus socios no toleran ver en la calle al Ejército con la bandera española y entre ovaciones. Pero lo peor de Sánchez no es el palo ni el barro que le tiraron ayer, sino el que lleva dentro y con el que nos enfanga a todos.