NotMid 30/03/2022
OPINIÓN
CARMEN VALERO
La guerra en Ucrania no permite la equidistancia y menos en un país como Alemania, con cerca de 2,8 millones de inmigrantes rusos y una comunidad ucraniana en aumento con la llegada de refugiados. Y cuanta más solidaridad, más rusofobia. La semana pasada, un grupo ucranianos escuchó a una pareja hablar ruso en la calle y sin mediar palabra les dieron un paliza. En Múnich, una clínica privada dejó de atender a pacientes rusos y bielorrusos porque no querían el dinero de los oligarcas. Tal fue la reacción, que el centro médico terminó disculpándose y retiró el boicot.
Ha habido ataques hostiles a los rusoparlantes, pintadas, cartas amenazantes y acoso en los colegios como reflejo de lo que se escucha en casa. Hay mensajes en Facebook que animan a hacer una “visita” a los vecinos rusos, amistades que se han roto, insultos e invitaciones a abandonar el país, lo que ya se plantea, por miedo a la persecución, medio millón de rusos, según las encuestas. Los restaurantes rusos también sienten el rechazo y son atacados como representantes de la invasión rusa.
Las críticas negativas de Google se han ido acumulando en internet en los últimos días. Un usuario comenta en un restaurante de Fráncfort: “Buena comida, pero arruinada por la invasión de Ucrania”. El presidente alemán, Frank-Water Steinmeier, ha advertido contra la rusofobia que ha despuntado en el país y destacado que “la guerra no es de la población rusa contra Ucrania”, sino de Putin, pero ese mensaje no llega.
La rusofobia no ayuda a los ucranianos, y mete a todos los rusos en el mismo saco, hasta quienes como dice Irina Bollein, asesora del Club Dialog, organización financiada por Alemania que apoya a los inmigrantes de habla rusa, se han movilizado para ayudar a los refugiados ucranianos. No soy rusa, pero tal y como está el patio ni me atrevo a decirle por leer estas líneas “spasiva”.
ElMundo