EEUU y China están enzarzados en un conflicto en el que compiten por el dominio de las telecomunicaciones, la inteligencia artificial y los nuevos sistemas de armamento
NotMid 23/06/2023
ASIA
Es muy probable que nunca haya oído hablar de TSMC y que su destino le importe bien poco. Pero debe saber que si un misil cayera sobre esta empresa que está a más de 10.000 kilómetros de donde vive, tendríamos un problema muy serio. Resulta que TSMC es el nombre del gigante mundial de los semiconductores, estos materiales imprescindibles en el funcionamiento de los miles de millones de dispositivos conectados que hay en el planeta. Y por tanto, protagonista muy codiciado en la denominada guerra de los chips.
«¿Qué guerra?», se preguntará. Una ya declarada, aunque (todavía) sin ningún tiro, en la que Estados Unidos y China se disputan el dominio de las telecomunicaciones, la inteligencia artificial y los sistemas militares avanzados.
En definitiva, quien domine los microchips dominará el mañana.
Por eso en esta historia TSMC es tan importante. No por su valor -su capitalización bursátil es de 493.000 millones de euros, es decir, más de cinco veces Inditex– sino por su posición estratégica en la cadena de suministros de esta industria. TSMC tiene mucho dinero, mucha tecnología, pero también un problema muy serio: su pasaporte es taiwanés.
Y, como todo el mundo sabe, Taiwán es el objetivo número 1 de China, que pretende su anexión.
Regresemos a la hipótesis de que un misil, en este caso chino, cayera sobre TSMC. ¿Qué sucedería? Lo explica Chris Miller en Chip War (La guerra del chip, en español), libro canónico sobre las turbulencias geopolíticas de este negocio: «Un bombazo calculado causaría cientos de miles de millones en pérdidas por los retrasos en la producción de teléfonos, centros de datos, vehículos, redes de telecomunicaciones y otras tecnologías»
Por tanto, usted tendría un problema muy serio. No sólo como consumidor, sino como ciudadano del mundo. Porque el planeta sería un caos.
«El lugar capital de Taiwán en las cadenas de suministro haría que un bloqueo o un ataque influyera en el caos mundial», reafirma Miller por teléfono desde Nueva York. «Que este país sea un punto clave de la industria es una amenaza en si misma, por lo que una escalada bélica sería peligrosísima para todos».
Todos los países necesitan chips, pero son interdependientes. «El mercado es global, mientras que la producción no lo es», continúa Miller.
Para entender lo que sucede desde el punto de vista occidental hay que retroceder unas décadas. En los años 90, Estados Unidos y Europa eran los principales proveedores de producción en la industria de los semiconductores. Su principal rival, Japón, era además un aliado fiable. En esos años aparecieron otros actores, como Taiwán y Corea del Sur, lo que tampoco era inquietante, por la buena relación con sus gobiernos. Sin embargo, todo cambió cuando China decidió desafiar el orden establecido y entrar en el mercado con un apetito insaciable.
Con mucho éxito, hay que decir. Tanto como para asustar a Estados Unidos, que el año pasado decidió contraatacar con una serie de sanciones contra China para impedir su acceso a la vanguardia en semiconductores. Si Pekín quería chips de nueva generación, tenía que inventarlos.
De esa manera China perdió, por ejemplo, el acceso a los equipos de ASML, empresa holandesa que cuenta con herramientas de litografía ultravioleta extrema, imprescindibles para fabricar los semiconductores más modernos. Estaba acorralada.
Para Enrique Dans, profesor de Innovación y Tecnología en IE Business School, esta guerra de los chips deja un panorama con una serie de elementos políticos muy a tener en cuenta.
«Primero tenemos la autarquía tecnológica, especialmente en aquellos países que dependen en gran medida de las importaciones de chips y, en segundo lugar, está en juego tanto el liderazgo tecnológico como la influencia económica», dice.
Dans apunta a un último aspecto muy relevante: la seguridad. «Los chips pueden ser vulnerables a ataques cibernéticos y el control sobre su producción y cadena de suministro tiene implicaciones en la seguridad nacional, dada la preocupación que existe a que los chips de determinados países pudieran esconder funciones maliciosas o ser puertas traseras para el espionaje».
Nadie se fía de nadie. Y menos de China.
Lo que sí reconoce todo el mundo es que nadie sabe lo que está dispuesto a gastar esta superpotencia para ganar esta guerra. «Invertirá los próximos años una cantidad similar a la de EEUU y Europa», apunta Miller.
Según Reuters, diversas fuentes apuntan que el último cheque de Pekín destinado a su industria para contrarrestar los efectos del bloqueo es de unos 126.000 millones de euros. Miller confirma que el país está obligado a hacer semejante esfuerzo: «Cada año gasta lo mismo en la importación de chips que en la de petróleo».
Pero además China tiene más problemas. «Sus empresas no están demostrando tener la capacidad de inversión de sus rivales occidentales», añade Miller.
Aún así, a principios de año, Huawei anunció que había desarrollado equipos capaces de diseñar sofisticadísimos chips con arquitecturas de 14 nanómetros sin depender de tecnología extranjera. Un logro que genera muchas suspicacias entre los analistas. ¿Estamos ante un hito del dragón o ante un nuevo ejemplo de propaganda comunista?
Mientras tanto, al otro lado del telón del chip, las cuentas parecen menos opacas.
TSMC es el gigante de los semiconductores y vale cinco veces Inditex
EEUU ha aprobado una ley con la que se compromete a invertir más de 40.000 millones de dólares de forma directa. Europa, más retrasada, también cuenta con un plan ambicioso para mejorar su estatus. Su próxima Ley de chips movilizará más de 43.000 millones de euros de inversiones tanto del sector público como privado y tiene como objetivo que en 2030 el 20% de los chips del mundo se produzcan en la UE, el doble de su cuota de mercado actual.
Los países no quieren depender tanto de terceros y diversificar es clave para el futuro. Esta angustia por los chips hace que todos los gobiernos, incluido el español, incentiven a las empresas con el fin de atraer fábricas del sector en suelo nacional
La comunidad internacional busca diversificar, mientras que los que mandan quieren mantener el control. «Hay que presionar más para que China no tenga la tentación de atacar Taiwán, pero también evitar una concentración de producción excesiva en una determinada zona», dice Miller. «Ya no hablo sólo de riesgos geopolíticos, sino también de la posibilidad de que un desastre natural afectara a un centro de fabricación».
Queda por saber cuántos países conseguirán entrar en el circuito con cierta fuerza. «Habrá más competencia de la que vemos hoy, pero esto no implica que en un futuro veamos a más de una veintena de países con esta capacidad de fabricar chips de tecnología punta», añade Miller. Serán más, pero todavía serán pocos, es su conclusión.
Mientras tanto, en Taiwán, desde las instalaciones de TSMC habrá alguien que mira al cielo por si vuela un misil desde el continente. Aunque también convendría que también alguien lo hiciera desde Washington. O incluso desde Almería.
Agencias